por Roberto Araújo
En aquellas tertulias bolicheras
que ponían fin a mis jornadas de estudiante de Historia,
escudriñando los ficheros de la Biblioteca Nacional,
allá por los ochenta;
tertulias éstas que departí y compartí
con gigantes de la intelectualidad montevideana de aquel entonces,
entre quienes rescato del olvido están don Ricardo Marletti,
el Dr. Alfonso F. Cabrelli y el Prof. Acosta y Lara entre tantos otros;
y me afirmo para esta narrativa, en una reflexión de este último.
Autor de “La Guerra de los Charrúas”,
clásico histórico antropológico
que significó un quiebre en nuestro saber
sobre los nuestros más añejos
y que refería a que la vida histórica del gaucho,
había sido tan breve antropológicamente hablando,
que no permitió que se delineara una filosofía propia.
_“Para hacer filosofía le faltó tiempo..” decía el tan rememorado Prof. Eduardo Acosta y Lara.
Y sin renegar de las enseñanzas de tamaño cerebro, a quien admiré y admiro, debo admitir que yo conocí a alguien que bien podría venir a llenar ese ingrato vacío, pues postulaba un estilo de existencia y proponía una versión verbal de vivir, que bien podría ser considerado como un auténtico “filósofo gaucho”.
Claro, no con la trascendencia de un Pitágoras, un Confucio o un Zaratustra, pero filósofo en fin.
Debo admitir que lo conocí al límite de quién puede conocer algo, apenas por referencia, y si bien en mis más lejanos recuerdos infantiles, creo rescatar su figura desarrapada caminando impasible por los polvorientos caminos de la campaña norteña, no sé si en realidad lo he de haber visto o de tanto escuchar hablar sobre él, me figuré una imagen que al fin hizo carie en mi memoria y se ganó un sitio entre lo que creo haber visto.

Un linyera, un caminante, un andariego, que si bien se dice que tuvo caballo y que como jinete fue de los muy buenos, un día resolvió dejar el pingo y andar a pié , en el sentido de que creía y sostenía que aquel que necesita de patas prestadas para andar, en verdad no merece más andar.
Y por ahí arranco a desglosar ese bagaje de conocimiento que se hizo eco en el decir de las gentes de aquellos tiempos, que una y otra vez decían y aludían a la creación ilustradora de semejante sabio, que bien podría equipararse a profetas y maestros que hacen de la literatura y el arte de otras latitudes.
De Cruz se decía mucho, y mucho seguramente hace parte del imaginario popular, que suele adicionar y restar, a gusto del efecto que la versión folclórica requiere.
Que fue Cura, y que un día se enamoró de una linda moza, y que en eso de la fé y el amor, no titubeó y prefirió el amor y por eso colgó la sotana.
Que fue contrabandista y en eso de partir los horizontes gambeteando a los guardas aduaneros, un día de pasó por un pago lejano del otro lado de la frontera, fue abducido por los ojazos chispeantes de una morenita con cabellos de santa y labios de lechiguana, y enredado en esas cosas del amor cambió el flete por el arado y decidió alzar un rancho y sentar plaza. Pero se topó con el rencor de un hijo de estanciero que pretendía la misma prenda, el que terminó tendiéndole una celada, y al final el filo de los facones chispearon en una fatídica noche, terminado con el rival malherido y humillado, aunque Cruz, aún pudiendo, no quiso pegarle el puntazo final.
Pero el padre del herido, en venganza por la afrenta, ordenó secuestrar a su pretendida para privarlo del amor ganado a fuerza de renuncias y cuchillos.
Y así, desahuciado, se la pasó el resto de su existencia, caminando de pago en pago en procura de su amada ausente.

Otra versión menos épica de su vida, refiere a que siendo un labriego de ley, se enamoró de la hija de un puestero y adquirió del padre de la amada la autorización para casarse, pero la china, que al parecer tenia mala entraña, abusando de su confianza, lo había traicionado con un comisario. Descubierta la traición, Cruz ni mató ni peleó, apenas se ausentó para no volver más y desde entonces se lo vió de linyera, cosechando conocimientos por los caminos del campo y enseñando principios de ética y moral criolla, que hicieron mella en la cultura rural de más de medio siglo por buena parte de la campaña norteña.
Siendo una u otra la verdad sobre su existencia y vida, debo advertir que en todas las versiones aluden a un dolor de amor, y un respeto sacrosanto por su amada siempre ausente y lejana como el horizonte de la cuchilla.
Una y otra versión no es fácil de constatar ni probar, pero de lo que no caben dudas, es que el vasto bagaje de conocimientos, germinó de manera frontal, definiendo el perfil de una forma de ver al mundo y encarar la vida.
-“Como bien decía el finado Cruz..”; decía la Mama cuando iba a arrancar con algún sermón educador e ilustrativo, refiriendo a aspectos del cotidiano que hacen de la existencia un enigma, que solo los sabios pueden develar, o por lo menos darnos un pista de la verdad.
-“Como bien decía el finado Cruz..”, repetía la Titi, o el Tío Casiano, o la Nena Fea y todos aquellos que lejos de las bibliotecas, iban escudriñando en los conocimientos prácticos de la vida, para enseñar el rumbo cierto que debía de ser seguido.
Algunas de las máximas enseñadas por el finado Cruz han cascoteado mis tímpanos, por boca del viejo, mi padre, quien aludía sabiamente a algunas cosas que con el tiempo van adquiriendo un valor inconmensurable y certero.
-“La mejor cosa del mundo fuera del lugar, no sirve para nada”.
-“Cualquier cosa en exceso es malo”.
Y tantas otras cosas más.
También de las enseñanzas legadas por el Finado Cruz, recuerdo aquella que refiere a que –“vivir mientras sea preciso, ni más ni menos de lo que sea necesario”.
-“Se puede morir por una razón, pero nunca se puede matar por ninguna razón”
O aquella interpretación de la democracia que en verdad, fue la que más ha calado en mi formación ideológica y que reza así –“si no cambia el pueblo, en balde es que cambie el que manda..”
Y me resulta ineludible admitir de que en verdad, de todo lo escuchado que refiere a lo enseñado por el finado Cruz, lo que más me ha conmovido por la constatación práctica de su aplicación, refiere a que “lo único que en la vida podemos esperar de gracia, es la leche de la teta de una madre, pues un buen nacido no debe llevar más de lo que puede cargar, y si quiere irse sin cuentas que pagar, hasta el mismo cajón donde te han de enterrar, debe ser responsabilidad del que quiere bien morir”.
De una u otra manera, el finado Cruz propuso y aplicó lo que predicaba, y son mentas casi que constatadas, que el día en que en una encrucijada del camino lo encontraron muerto, recostado contra el tronco de una ancestral anacahuita, a más de los harapos que le cubrían el cuero, lo único que tenía a su lado era un tosco cajón, hecho con juncos y barro, donde al fin fue sepultado, en algún rincón anónimo de la campaña salteña.



















Muy buena la «histobiografia» de Cruz. Acá por el norte tenemos varios personajes folclóricos que la mayoría ha olvidado. Tal es el caso de un tal Joaquín Rasgado quien fuera un renegado en su época. Sería interesante descubrir más de él. Mucha información he encontrado en el libro de Ivo Caggiani, Santa Ana 150 años de historia. Felicitaciones!!!