
por Joaquín Andrade Irisity
En Montevideo de los años noventa,
andar en skate no era lo que es hoy.
Para muchos jóvenes,
aquella tabla con ruedas
era sinónimo de rebeldía,
de una forma de estar en la calle distinta,
y para buena parte de la sociedad,
algo mal visto.
El skate era ruido en las veredas,
caídas en las plazas, grafitis,
tablas en movimiento.
Pero también fue la semilla
de una contracultura que,
con el paso de los tiempos,
se transformó en una comunidad
sólida y creativa.
Era rap, pero también era rock.

La inauguración de la primera pista de skate en el Buceo, a fines de los años 90, marcó un antes y un después. Hasta entonces, los skaters de Montevideo se reunían en plazas, canteros y escaleras improvisadas como spots. Algunas eran posibles de andar con tranquilidad y otras no.

La pista del Buceo, aunque no la primera pista, ofreció un espacio propio, un refugio para decenas de adolescentes y jóvenes que encontraron allí un lugar donde expresarse y mejorar sobre la tabla.

Muchos recuerdan que fue allí donde emergieron los primeros referentes locales, quienes con el tiempo formaron la movida.
Entre esos nombres aparece Kike Machado, referente de varias generaciones, fundador de la marca Play y de Planeta Skateshop, que además dejó una huella en lo audiovisual.

Su cámara documentó desde principios de los 2000 en adelante a varios referentes, que se pueden encontrar hoy en día en plataformas como YouTube.

En paralelo, iniciativas como Planeta Skateshop, fundada en 2001, dieron sostén material y simbólico a la movida skater: una tienda que era mucho más que un local de venta, un punto de encuentro, de intercambio y de organización de campeonatos que convocaban a skaters de todos los barrios.

El skate uruguayo creció a la par de la globalización cultural. Los videos caseros que circulaban en VHS, después en DVD, fueron reemplazados por redes sociales como YouTube o Tik Tok, donde compartir las tomas de los trucos empezó a ser más fácil y poder estar enterado en lo que pasaba afuera. Lugares como California, Barcelona o San Pablo.

Esta ventana al mundo permitió que nuevas generaciones encontraran inspiración y al mismo tiempo proyectaran su propio estilo. Lo que en sus inicios fue contracultura se fue transformando en un deporte con reglas, entrenamientos y hasta competencias oficiales. Hoy, el skate es parte de los Juegos Olímpicos y Uruguay no quedó al margen.

Sin embargo, más allá de la institucionalización, en la Asociación Uruguaya de Skateboarding, el skate en Montevideo sigue siendo sobre todo una forma de apropiarse de la ciudad.

Los skaters continúan transformando plazas y escaleras en escenarios de creatividad, y cada nuevo skatepark municipal refleja un cambio de mirada: de la desconfianza inicial a la aceptación como práctica cultural y deportiva.

Hoy, cuando un chico o una chica toma su tabla y baja por la rambla, lo hace en un Montevideo distinto al de los 90. La sociedad aprendió a mirar al skate no como una molestia, sino como parte del paisaje urbano. Y aquellos que hace treinta años eran “los raros del barrio” ven ahora cómo su pasión fue reconocida en el mayor escenario deportivo del mundo.

El skate en Uruguay es eso: memoria, identidad y movimiento. Una historia que empezó en la vereda, se consolidó en el Buceo, creció en tiendas y campeonatos, y que ahora esta presente, entre el barrio y lo global.
















