por Roberto “Beto” Aráújo
Doña Irene nació el 15 de marzo de 1919,
y se comenta que más que nacer,
la arrancaron del vientre de su madre,
que murió victima de la Gripe Española,
cuando el mal devastó la frontera.
Dicen que fue el Dr Ugón
quien se atrevió a una insólita cesárea,
horas después que la madre sucumbiera
por causa de la fiebre y la tos.
Ya la tenían tirada sobre un rincón
esperando el carro que la llevaría
a la fosa común improvisada
en el fondo de la Estación,
cuando al facultativo se le ocurrió
intentar por lo menos sacarle la cría
que estaba en tiempo de nacer
y para sorpresas de todos, la gurisa nació.
Aunque afectada por el mal, contra todos los pronósticos sobrevivió, pero quedó en la absoluta orfandad, pues murió su madre, su padre y su abuela, quedando apenas una tía abuela ya anciana, que se hizo cargo “por mientras”, pero murió de muerte nomás, cuando Irene aun gateaba.
Sin nadie que se hiciera cargo de ella, pasó al albergue, hasta que una familia de tanos se apiadó de ella y se la llevaron más como criada que como hija, y así pasó la niñez y adolescencia ayudando en las tareas domésticas, haciendo mandados y lavando ropa en la laguna del Cuartel.
Ni bien los pechos entraron a inflarle la blusa, fue cortejada por un milico brasilero, quien le encajó la primera cría, y desde entonces, año tras año, su cuerpo fue suelo fértil donde enraizaban críos de los más diversos padres, hasta que su quinto parto se complicó y con el feto muerto, echó medio útero, y para evitar que se muriera la vaciaron, literalmente.
No tenía siquiera treinta años y ya tenía la columna reventada, un poco por lavar ropas, mucho por acarreo de panza y fue así que le vino una hernia de disco que la condenó de por vida a una muleta y renguera endémica.
Aun así, durante la seca del 42, cuando todos los pozos se secaron, solo restando el de don Florencio sobre la línea, que mantenía una veta de agua salobre allá en el fondo y había que bajar al abismo para colectar agua, fue Irene una de las únicas que, aún con su renguera y su pata retorcida, se ofreció para la tarea.
Y así se pasó jornadas enteras en el fondo del pozo, cargando los baldes que se sucedían uno tras otro. Irene, en el fondo del pozo, veía venir el balde balanceándose en la roldana hasta que lo tomaba, lo llenaba y con un tirón avisaba que su tarea estaba cumplida y desde arriba subían el balde.
Fue en una de esas subidas, que el balde goleó contra un ladrillo del brocal y se desprendió, cayendo desde allá arriba. Irene lo vió venir en caída libre hasta que logro zafar la cabeza del golpe. pero una esquila le partió el labio y acarreó con una cicatriz por el resto de su existencia.
Pero fuere como fuere, se las fue ingeniando para criar sus cuatro hijos, tres gurisas y un gurí, el menor. Y si lo de la seca del 42 fue terrible, Irene siempre decía que lo peor lo pasó durante las inundaciones del 59, pues viviendo sobre la orilla norte del Lagunón, se quedó completamente aislada, porque a la tragedia colectiva de las inundaciones, se le sumó la suya propia, pues del otro lado del mar que se formó por las inundaciones, estaba ella y sus cuatro crías.
“Todo se puede comer” solía decir, todo menos hoja de Paraíso, y eso lo aprendió en esas largas jornadas de hambre y frio, pues empezó por comer las gallinas, la chancha, después, algún apereá que encontraba medio ahogado entre los pajonales, hasta que terminó comiendo raíces, pasto y hasta juncos.
Cuando al fin la lluvia paró y pudo atravesar la picada, dejó el rancho en ruinas y armó una aripuca en el Cerrito de los Dutra, pues le tenía pavor al bajo. Y por ahí siguió lánguidamente su existencia, hasta que la mayor de sus hijas enganchó un sargento del cuartel y medio que la cosa fue mejorando. Se dedicó al lavado de ropas y se la vio por años acarreando la troja de ropas sucias, envueltos en una manta o sábana, de ida y vuelta a la laguna del Cuartel o del Gorgoroso, según cuadrara.
Pese a sus días de sacrificio y extenuación nunca dejó de mandar su prole a la escuela, y hasta una de ellas le salió maestra y la otra medio de vuelo rastrero, anduvo enredada con la noche y terminó en el quilombo de la Carmen, pero al fin enganchó con un enfermero del Tercero y enderezó de vida.
El gurí se hizo milico, pero anduvo mezclado en un tema de guias en tiempos de Dinacose, le dieron la baja, pero enganchó en una barraca de cueros y después se hizo camionero.
Dicen que fue Macito quien le consiguió a doña Irene una pensión por invalidez, y desde entonces, ya con una casita modesta pero cómoda , construida con madera y latas de aceite, vivió como una reina (según decía), en el rancherío de la Bolsa lindante con la vía.
Yo la conocí como vencedora, pues Edalvina me llevaba cuando gurí para tirarme el cuerito cuando me aquejaba algún empacho, pese a la rotunda negación del viejo Araújo, que ni creía ni asentía a esos tratamientos. Al atardecer y aprovechando que el viejo estaba en el Club, me llevaba al rancho de doña Irene, y confieso que encontraba en las arrugas de su rostro curtido a sacrificio, un emblema de heroicidad homérica.
Los años se fueron amontonando como paquetes de bagayero en la ruta y el rigor del cotidiano me hizo olvidar de Doña Irene, su rancho de tabla forrado con lata de aceite y su épico sacrificio, que la hizo bandear el siglo, pues según me contó Teresa el otro día que la encontré en la feria, doña Irene murió con 103 años en plena pandemia, pero pese a que se contagió del covid, lo sobrevivió, como a la gripe española del 19.
Murió de un infarto cuando se estaba lavando ropa en una palangana. Me contaba Teresa que la encontró un nieto, que pasaba por allí todas las mañanas para llevarle el pan, pues pese a sus años, vivía sola.
Tenía en sus manos un jabón bruto y una vieja camisa desgastada por el tiempo a medio lavar, pues pese a que nació por obra de la providencia del Dr. Ugón, sobrevivió a la sequía del 42 a las inundaciones del 59 y a dos pandemias, jamás abdicó de su oficio de lavandera, que le permitió criar a su prole.
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Excelentes las crónicas y semblanzas de Araujo ! GRACIAS
Excelente el artículo sobre doña Irene. No sabía de su existencia. Otro personaje de esta Rivera fronteriza que deja su historia para ser compartida.
Gracias por contarnos la vida de doña Irene, y a veces la vida es mucho más jodida con unos que con otros… Después leeré tus otras publicaciones. Abrazo enorme y que estés muy bien y feliz