por Roberto “Beto” Araújo.
Yo sé muy bien que en la historia no hay verdades consumadas.
Pero en cambio, si hay hechos que responden a una cierta lógica y basado en esa lógica,
es que podemos más o menos aseverar que tal o cual cosa,
sucedió de tal o cual manera.
Y es en ese sentido que puedo decir, con cierto grado de seguridad, que la primera cometa que caracoleó en el cielo de la frontera, fue durante el viernes santo de 1867, o sea estaría cumpliendo este año exactamente 150 años.
El protagonista: el hombre de la Capa Negra (el sátiro), acusado de ser el responsable de un triple crimen contra tres niños que aparecieron enclaustrados en su vivienda en la esquina de lo que hoy sería la intercesión de Agraciada y Carámbula, donde tiene su Sede Centro Abierto.
Si bien es cierto que Lauro Aguerre Mass, súbdito español, nativo de Córdoba, fue apresado en el acto y más tarde trasladado a una cárcel de Montevideo, donde moriría años más tarde víctima de la epidemia de cólera morbo que se abatiera por la capital, sin que durante su cautiverio esbozara una sola palabra que pudiera dar luz sobre el origen de aquellos niños, ni las causas de su martirio, hay una versión más benévola aunque no menos dramática, sobre el caso y que es editada en el libro “Memorias del Tren” de don Enrique Villamil.
Esta versión, mucho más benévola que la de Ricardo Marletti, refiere que Don Lauro, como era llamado, era un Misionero Anglicano, que ostentaba la jactancia de haber acompañado al mismísimo Dr. David Livingstone en sus travesías por la áfrica indomable.
Casado con una misionera escocesa, no resistió a la tentación de viajar con su esposa al Continente Negro, donde terminó alistándose entre los voluntarios del célebre explorador victoriano.
Acampados en una aldea adelantada sobre las orillas del rio Zambeze y debido a que su esposa pasaba mal debido a su tercer embarazo, debieron quedarse allí a la espera del retorno del Dr. Livingstone, pero hete aquí que un hecho trágico habría de cambiarlo todo.
Un detalle no menor de la historia es que la esposa de Don Lauro era albina y sus tres hijos habían heredado el gen de la falta de pigmentación, y lo que no sabía don Lauro y eso le habría de costar muy caro, es que en esa región, como en casi toda África, los albinos son considerados seres diabólicos, casi que fantasmas y que sus miembros eran altamente cotizados y vendidos como amuletos contra los demonios.
Aunque resulte duro de comprender, aun hoy esa práctica supersticiosa persiste en algunos países tales como Tanzania.
Y fue así como cierta noche de luna llena, el templo donde don Lauro y su esposa misionaban, fue invadido por una horda de sujetos, que literalmente desmembraron a su mujer frente a los ojos de su marido.
Por una extraña razón los asaltantes se dieron por bien servidos con los pedazos del cuerpo de la mujer, y no procedieron de igual modo con los niños. Fue en tal estado que el Padre tomó a sus críos y se escurrió rio abajo en busca de la salvación.
Ni siquiera ese estado de frustración y dolor fueron suficientes para menguar la vocación misionera de don Lauro, el que en compañía de sus hijos volvió a emprender su misión esta vez en el continente americano. Y fue con ese propósito que acabara llegando a la frontera, esgrimiendo un salvoconducto del Reino Unido, que se afianzaba en su nacionalidad española.
Siendo así, no habría sido católico como alude la primera versión, ni tan enigmático, ni por lo tanto tampoco tan cruel.
La verdad sería que sus hijos, debido a su extraña dolencia, debieran protegerse del sol y esa sería la razón por la cual fueron encontrados en el fondo de un aljibe recostado sobre un sombrío cañaveral.
Tampoco sería tan evidente como los niños se habrían dado maña para construir una cometa roncadora, pues según esta versión, el mismísimo Lauro sería el que había construido la referida pandorga a fin de convocar a los fieles a su reunión alusiva del viernes santo, siguiendo una tradición que es muy común entre los misioneros africanos aun hasta el día de hoy.
Parece ser una verdad innegable que la estratagema habría resultado y habría arrastrado al gentío desde la misa católica de la plaza santanense, hasta la reunión anglicana propuesta por el misionero.
Pero también es verdad que el impacto provocado por la estampa de los niños albinos fue traumático, pues a su blancura genética se sumaba una flacura cadavérica y de hecho días más tarde murieron los tres, vaya a saberse víctima de que mal.
Tal vez el cansancio acumulado de tantos viajes, tal vez algo de escorbuto, la falta de su madre y de sus cuidados, la pobreza endémica que acarreaba el misionero, o vaya saberse que peste. Lo cierto es que allí se murieron los tres y que desde ese fatídico viernes santo, dió inicio la tradición de remontar cometas en esa data.
Tradición que se ha hecho endémica y que tiene otro capítulo, cuando ya después de la epidemia de Gripe Española, allá por el año 1918, el entonces intendente Julio Nano le encomienda al artista plástico Tell Ramis, que elabore un modelo de cometas que contuviera en su estructura los símbolos masónicos y por ahí nace el murciélago, pero este es tema de otra historia…
foto de portada Prof. Gustavo Alsó


















