El reloj de Leandro Gómez

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por Roberto “Beto” Araújo

Fue en una noche casi madrugada de finales de primavera
de aquel tan lejano cuanto glorioso 1995.
Terminábamos una reunión preparatoria de lo que habría de ser la campaña del Rojo
en el Campeonato Especial de Clubes Campeones,
que nos habría de llevar a la postre
a disputar la tan laureada y promocionada Liguilla Pre-Libertadores de América,
y al salir de la secretaría del Club,
nos topamos con un sospechoso runruneo que venía de la salita de timba
pegado a la cantina y gerenciada por los dos Titos.

 

La experiencia forjada a lo largo de tantos años, nos hacía suponer que esa noche habría juego fuerte y que el Gofo bien que se habría de devorar alguna fortuna, como tantas que la timba se divierte en corroer.
-“He visto acá en esa mesa, enterrarse estancias que costaron cuatro generaciones en forjarse” solía decir el Tarta Maneco, con sus setenta y pico de años de experiencia nochera y bohemia.
Pero aquella habría de ser una velada que los años habrían de postrar en el atrio de la leyenda.

En verdad había un grupo selecto de burreros, que se habrían de confrontar en un salado Gofo, que más allá de lo convencional procuraban hacerse de un trofeo que más allá del valor metálico, era algo así como un ícono sentenciado y codiciado por todos los timberos de acá de allá y de más lejos.
Una especie de santo grial de la timba.
Me refiero al épico y legendario reloj del General Leandro Gómez.
Según se decía por entonces , en el ambiente del juego, ese reloj estaría en poder de un tal Feliciano Fontora, estanciero potentado de las bandas de Don Pedrito, el que había hecho fortunas, un poco por lo heredado y mucho más a cuesta de largos años de contrabando de ganado desde y hacia Bagé.

Según versiones populares había hecho yunta con el mismísimo Seco Aparicio, y en eso de traer y llevar, había amasado una fortuna muy grande y entre las joyas que enriquecían su erario, estaba el famoso y deseado reloj de Leandro Gómez.
Pero más allá de ese tan codiciado trofeo, se decía que Don Feliciano tenia (y jugaba), muchísimo ganado , caballos criollos de selecta estirpe, carneros de fina lana, oro, joyas y como postre de su fortuna se jactaba de tener siempre a su merced, en una coqueta edificación anexa a una de sus estancias, un selecto harén compuesto por una decena de jóvenes bellísimas, y que al caer de la noche, al mejor estilo de un padrillo en celo, recorría su tropilla personal y elegía cual habría de ser esa velada la hembra que le brindaría sus favores.
-“Tenho e jogo as melhores putas desde Yaguaron ate Sao Borja”_ dicen que decía don Feliciano cuando se pasaba en el trago.

Pues todo ese abultado patrimonio caía en la carpeta, cuando la timba se ponía peluda.
Supe después que el mentado Don Feliciano, la noche de referencia había confrontado a la elite de los jugadores de toda la región y en un match que duro casi dos días, fue perdiendo caballos, ganado, carneros y doncellas, hasta que llegó la hora de exponer al fortuito capricho del naipe, el tan célebre reloj del General.
Dicen los que cuentan la historia, que todo comenzó aquel fatídico atardecer de aquel tórrido 2 de enero de 1865, cuando el tristemente célebre Pancho Belén había consumado la nefasta orden impartida por el no menos nefasto Goyo Jeta, de ejecutar a Leandro Gómez y su comando.
Es versión histórica más o menos consensuada, que en momentos en que los prisioneros cayeron en manos del ejército de Venancio Flores, y al recibir garantías de vida, el General le había obsequiado su reloj, como muestra de reconocimiento por el hasta entonces honroso trato recibido.

Todo cambió después que contradiciendo todos los códigos de ética y honor, el caudillo colorado había dispuesto que fueran ejecutados, abriendo así las puertas de la leyenda y apoltronándolos en el pódium de los héroes mártires.
Cuenta la leyenda, que en momentos de la descarga un chorro de sangre saltó del cuerpo del General y vino a bañar el platinado del reloj que colgaba del bolsillo del verdugo.
Después de esa data es mucho lo que se dice, y poco lo que se sabe con certeza; aseguran que lo acompañó al Paraguay donde ni bien iniciada la guerra una bala de cañón le arranca un pedazo del tobillo, y en tal estado, Pancho Belén es forzado a dejar la lidia y volverse a Montevideo.

Allí sirvió de sicario de la gente de Caraballo, y dicen que incluso podía haber estado entre los hombres enmascarados que atentaron contra la vida de don Venancio Flores.
Después, durante la Guerra del 70, cayó nuevamente herido pero esta vez de gravedad en Corralito y ya viejo y cansino, dejó la lucha partidaria y se dedicó al saladero en un puesto del Cerrito de la Victoria.
Pero hete aquí que la masonería hacía tiempo que andaba en busca de la reliquia por él arrebatada al mártir de Paysandú, y un grupo comando a la orden de un sobrino de David Canabarro había resuelto recuperar el reloj de Leandro Gómez, y en ese sentido habían atentado contra la vida de Pancho Belén ya cuando se escuchaba el cascotear de los caballos de la Revolución Federalista de 1893.
Debido al estado de beligerancia en Rio Grande de Sul, el reloj quedó bajo la custodia del jefe Político de Tacuarembó don Carlos Escayola, viejo camarada de armas del sitio de Paysandú y de la Guerra del Paraguay.

No es fácil hacer un seguimiento de como al fin tan connotado articulo histórico pasó a ser parte de la mufa burrera, pero según narra la versión popular, todo habría comenzado allá por el año 1910, cuando un heredero de la familia Macarhanas, entregado al vicio pernicioso del juego, había empeñado hasta el último novillo de su fortuna y en tal estado de miseria había optado por poner fin a su existencia. En tal empeño fue hasta el panteón familiar para anunciar a su extinta madre su tan extrema resolución, y mientras se arrodillaba frente al sepulcro un pedazo de cemento se desprendió del nicho de su madre, dejando ver en la oscuridad del féretro el brillo del referido reloj, acompañado por una carta que narraba su historia.

Sin mucha espera Macarnahas habría vuelto a la rueda de timba y acompañado por tan valioso amuleto, había recuperado hasta el último vintén de su fortuna empeñada.
Desde ahí, el reloj de Leandro Gómez pasó a ser la pieza codiciada por cuanto timbero y jugador se jactaba por las redondeces de toda la zona fronteriza.
Nunca pude saber con certeza si en aquella noche el “santo grial de la timba” cambió de dueño.

Son mentas del caso que pocos días después, el mismísimo don Feliciano optó por dar concluida su pasaje en este mundo y se metió una bala en la cabeza.
Ya quedan pocos testigos de aquella noche, casi madrugada, de primavera de 1995, se nos fue el Chapeo, el Galleta y el Flaco, y los demás parecen haber echado al olvido lo allí acontecido, pero me pareció oportuno ponerlo de nuevo arriba de la mesa de la timba de la vida, por si por ahí alguno pueda dar noticias de por dónde anda, si es que aún anda, el mítico reloj del General que dio su vida en defensa de la soberanía.

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