El revólver de Pancho Goes

2
680

por Roberto “Beto” Araújo

Voy a contarlo como lo he escuchado,
sin prestar mayor atención a la verdad histórica del caso,
pues para esa changa convoco a algún historiador
o cronista de mayor porte intelectual
que este humilde cuenta cuentos.


Cuando al caer de la tarde de aquel lejano y frio atardecer de mediados de agosto de 1961, el entonces Prefeito de Santana do Livramento, Camilo Alves Gisler (Camilinho), después de tomar un café de este lado de la frontera, en la City, sube en el jeep de la Prefeitura y se encamina rumbo a la línea, no se percató que metros atrás, venia en su camioneta Francisco Reverbel de Araújo Goes (el Pancho Goes, como era conocido), ex prefeito que hasta hacía muy poco había sido su amigo, compadre y compañero de causa, pero en los últimos meses se había convertido, por esos balanceos de la política, en su archienemigo.

Lo que pasó en aquellos fatídicos momentos, nadie puede afirmarlo con certeza, pues ni siquiera en el épico juicio que por el caso se llevó a cabo en los estrados judiciales de Livramento, se pudo llegar de forma concluyente a saberse de lo que realmente sucedió, ni los móviles exactos de la tragedia.

Cierto es que el PTB, partido del que procedían ambos, venia en un procesos de quiebre interno, y que tales quiebres y requiebres hacían eco en la estructura electoral de la interna local. Pero tampoco han escapado a los rumores, la versión de que en verdad habían cosas mas intimas y privadas que los habían separado y confrontado, y fue quizás por esas mieles y sinsabores de la noche fronteriza, que habían agrietado las diferencias de modo radical e irreconciliable.
El Viejo Arseno, que pese a su condición de comunista convicto y declarado, tenía con ambos una amistad muy visceral, nos contaba ya en el anochecer de su existencia, en aquellas tertulias palaciegas de “la Metro”, que la verdadera causa de la tragedia estaba vinculada a disputas bohemias y que el mismo Pancho Goes le había confesado de forma personal e intima, en ese intermedio temporal entre su libertad provisional y su suicidio, aquello de que “las cuentas de la noche se cobran en la noche”.

¡Quien al fin puede saberlo!. Lo cierto es que en el anochecer de aquel 18 de agosto de 1961, apenas traspasada la línea divisoria. el jeep de la Prefeitura fue alcanzado por la camioneta de Pancho Goes y lo demás todos lo saben.
Tres tiros, un revólver a medio sacar y un jeep que se viene en reversa y termina impactando contra el mojón que une (o separa), a Andradas con la Sarandí.
La fuga desorbitada de Pancho Goes, el sitio policial sobre la Frontera y la intervención de algunos amigos del homicida, que lo convencen de entregarse, cuando éste ya tenía desenfundada su 38 para darle combate a la brigada que lo rodeaba.

Según afirmaba el viejo Arseno, en las tertulias referidas, el que después de mucho charla pudo convencerlo a Pancho Goes que se entregara fue Alviro Viera, amigo y compañero de causa y de bohemia, y tío del que después fuera un jurista de renombre en Uruguay, Dr. Ladario Viera.
Lo cierto, por lo menos lo que se contaba como cierto, es que en el lluvioso atardecer del 19 de agosto de 1961, Pancho Goes entregaba su revolver a Alviro Viera, e inmediatamente era detenido por la guardia policial que lo acechaba.

Después todo lo que se sabe, el juicio, “el habeas corpus”, la libertad provisional, la orden de detención nuevamente y una bala suicida que le cegó la existencia a Pancho Goes.
Pero lo que no se sabe, por lo menos no todo el mundo sabe, es que el revólver que usara el homicida en el encuentro de la línea, no fue el mismo que usara para el suicidio, pues el primero había quedado en manos de Alviro Viera, quien tiempo después, cuándo el cáncer le comía el estómago, se lo entregó a su sobrino, el Dr. Ladario Viera, el que después, atendiendo el pedido del viejo Araújo, se lo cambió por un 45, ya que este era muy pesado y voluminoso para llevarlo en la cintura durante sus largas caminatas de cobrador de OSE.

Y así, el mítico revolver del magnicidio, vino a parar a manos de don Nenito Araújo, y el viejo lo tuvo guardado en el ropero por años después de jubilado, hasta poco antes de morir. Y allí debió permanecer, de no ser porque un ladroncito de poca monta le entró por el fondo y le robó el legendario revólver, sin considerar la carga de historia que aquella arma tenía en su niquelado.

Y bueno, es así y así ha de ser. Lo cierto es que en alguna boca debe andar fondeado esa reliquia y yo no dejo de ponderar el milagro de que, por obra de la providencia, pueda caer en manos de alguien que le proporcione el valor que se merece (no tengo mucha esperanza, pero ta). Y por acá termino esta narración, que en verdad merece un estudio mucho mas académico, pero que lo entrego como mojando la oreja de los nuevos historiadores, que los hay y muchos, para que algún día recojan el guante y hagan de esta crónica la historia que se merece.

otras publicaciones del autor

2 Comentarios

  1. Yo vivía en Rivera cuando el episodio de Pancho Goes y Camilinho, si seré antiguo! Fue un episodio que tuvo gran repercusión, un diario de Montevideo, creo que El País, pero aquí no recuerdo bien, yo era un niño, comentó: “Rivera: el Far West de la frontera”. Hubo una gran indignación por estas palabras y Cabrerita, en su programa de Radio Internacional que todo el mundo escuchó, dejo caer sobre el reportero todo tipo de críticas y denuestos. Rivera no era por ese entonces un lugar muy calmo, ¡hasta mi padre, que era un hombre pacífico, andaba de revólver en la cintura!

Deja una respuesta

Por favor escribe tu comentario
Escribe tu nombre aquí