El último secreto del cura

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por Roberto “Beto” Araújo

Cierta vez se lo pregunte al Cura Silva
sobre el asunto y me quedó mirando como diciendo mucho;
pero no dijo nada y al final sin decir nada,
tengo la sensación de que lo dijo todo.

 

La verdad, la primera vez que escuché esta historia fue por boca de doña Juana, mientras ella intentaba unir una manteca en un porfiado batido, en una ya muy lejana Semana Santa de principio de los setenta, atendiendo al desafío del tío Elbio, quien decía y sostenía que la manteca no se unía jamás si el batido se iniciaba durante la celebración de la pasión de Cristo, y en eso estaban de que une o de que no une, cuando la vieja deambulaba entre el galpón y la cocina, entre el aljibe y el molino, en el estéril intento de hacer de la nata recolectada en el ordeñe tempranero, se transmutara en un delicioso ungüento de manteca casera.

Y entre idas y venidas, entre tropiezos y chanzas  del Tío Elbio que la martirizaba, en esa afanosa  empresa  que ya para entonces llevaba como tres días con sus noches incluidas, nos iba enhebrando historias y leyendas sobre apariciones y lobizones, mujeres de blancos y lloronas, tesoros escondidos y otras yerbas;  y fue entre la noria de tantas narraciones que emergió la tan mentada cantata, que refería a esa extraña pareja que compusieron el Frey Benito y Sinha Sara, personajes que hacen de los cimientos mismos del origen mitológico del barrio y la ciudad, y que según versan las mentas,  pusieron literalmente la piedra fundacional de lo que después habría sido la capilla y más tarde la Parroquia de Santo Domingo.

Eran, según esa ancestral versión, los tiempos de los contrabandos y contrabandistas, de las revueltas y las conspiraciones, donde aún la casa de los Pignone reunían las carretas  en caravanas migratorias y en los bañado de la Estiva se armaba el matute que desafiaba el rigor de la cuchilla agreste, donde el matrero y el cimarrón cobraban costosos peajes en cada pasos y picadas del monte a los viajeros y la partida gubernista hacia valer el rigor de su Mauser y el peso del talero en cada encuentro madruguero.

Aún la esclavitud en el imperio hendía sus garras en la carne inocente del africano cautivo y el horizonte celeste de la cuchilla oriental alimentaba el sueño del liberto prófugo. Fue entonces cuando asomaron descalzos y harapientos por el horizonte de la cuchilla de Santa Ana  procedentes de tierras guaraníes, aquella singular pareja de peregrinos.

Él con su atuendo marrón de frey Dominico, ella con su toca y hábito gris casi negro de monja devota, él con su andar encorvado y aspecto que revelaba  ancianidad, ella con su tez morena, su mirada triste y cuerpo casi que de niña..

Él por su estampa y por sus decires, era fácil advertir su condición de predicador religioso, pero ella, pese a su atuendo, por su avanzado estado de gravidez que exponía en su abultado vientre, hacía suponer que de ser religiosa, en algún momento había violado los santos juramentos de la castidad.

Lo que después se sabe o se cuenta sobre lo sucedido y de eso hay varias versiones, no solo la que he rescatado de la ancestral narración de doña Juana cuando pretendía unir la manteca en aquella Semana Santa, contraviniendo el credo de Tío Elbio, sino que existe incluso un versión escrita y editada sobre el tema, en el libro “Memorias del Tren” de Don Henrique Hill. Refiere a que tal era el estado de gravidez de Sinha Sara, que imposibilitada de continuar en su peregrinación, pidieron posada en la casa de los Eulas, quienes sin otro recurso debieron acomodar como aposentos improvisados una vieja caballeriza, para que la pareja pudiera pasar la noche, bajo el auspicio de que de ser necesario al día siguiente se le acomodaría una pensión más conveniente.

Lo cierto es que no tuvieron tiempo, pues esa misma noche, sobre la madrugada, la joven tuvo un hijo. Lo demás que se sabe o dice,  pertenece al universo fecundo  de la leyenda…

Que todo sucedió un 24 de diciembre, que esa misma noche se vio en el cielo de la frontera una brillante estrella que iluminó el firmamento aún cuando el sol trepaba por encima del  Cerro Del Marco, que la caballeriza quedaba exactamente allí donde hoy se eleva la torre de la Capilla de Santo Domingo.

Que luego del nacimiento, Frey Benito bendijo una Cruz y la dejó conjuntamente con una biblia en una caja sellada y que la enterró allí mismo, y que hasta hoy, cada uno de los curas que recibe la administración de la Parroquia, es depositario de los secretos encerrados en tan extravagante legado.

Yo que sé, en verdad, hay algo que no puedo negarlo, pues de eso yo mismo soy testigo, pues cuando los milicos allanaron la parroquia y se llevaron al Cura Verisimo, recuerdo que un par de días más tarde, tal vez algo más, cuando veníamos de la Escuela ya a boca de noche, vimos que llegaron a la parroquia en un Jeep del ejército y bajaron cuatro o cinco soldados con unas palas ,  entre ellos iba el Ñato Alvez, entraron por el fondo y nosotros rajamos.

Mucho tiempo después ya cuando la dictadura había terminado, le pregunté al Ñato que habían ido a buscar y el Ñato me dijo que no fueron a buscar nada, que al contrario, fueron a devolver…y según me dijo habían ido a devolver una caja,  pues al parecer en medio del procedimiento se habían llevado una extraña caja y que el jefe del regimiento  cuando se enteró de lo que era, mandó que la llevaran inmediatamente y la enterraran de nuevo….

Nunca supieron de qué se trataba.

El que sabía algo era el Cura  Silva, pero ta, ya no me va poder contar. Pero cuando le pregunté cierta vez sobre el asunto me quedó mirando, sin decir nada, pero creo que me dijo mucho…

Yo que sé…

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