O Baiano

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por Roberto “Beto” Araújo

El hombre que mató a Lampeao.
“Matar o Capitao, nao matei, mas que sangrei …sangrei”,
solía decir el Baiano,
cuando recurrentemente se le atribuía la hazaña
de haber dado muerte al Rey Do Cangazo, en el nordeste brasilero.

Virgulino Ferreira da Silva, Lampião murio el 28 de julio de 1938, en Sergipe Brasil

Según la versión de don Orestes, aquel formal caballero gerenciador del viejo depósito de Altamira, que quedaba allá atrás de la cancha del Gremio y por ende patrón del Baiano, era muy posible de que hubiese sido “ese taura” el encargado de pasarle el cuchillo a Lampeao ya herido de muerte, si bien que la hazaña se le atribuye a un tal soldado Sandes.
“Na verdade ele estaba en Angicos aquela manha”, decía Orestes, refiriendo a que tenía pruebas de que en verdad el mítico matador de Cangaceiros, había estado en el combate de Pozo Redondo aquel amanecer de julio del 38, donde cayeron tumbados Lapeao, Maria Bonita y un lote de Cangaceiros mas.

Lampião con María Bonita y sus Cangaceiros


El Baiano, que para el caso no era nacido en Bahía, ni siquiera era brasilero, era en fin un criollito nativo de los pagos de Arerunguá y, según el mismo decía, había sido parido en el mismo galpón que Irineo Leguisamo.
Siempre aludiendo a la versión de Don Orestes, O Baiano siendo un mocetón atrevido y guitarrero, se entreveró con Aurora, una morena de ojos claros, que para el caso era la querida de un tal Atanacio Paiva, estanciero dueño de horizontes, ganados y gentes, de las infinidades de la campiña sanducera, quién siendo advertido de las andanzas del gauchito picaflor, dispuso que sus capangas lo emboscaran y en el acto lo castraran, para enseñarle a respetar lo ajeno.
Pero el Baiano fue alertado por alguien de la trama, y antes que la gente del potentado llegara en su procura, enancó la morena y se mandó para el Brasil.

“Metí la cabeza en el Queguay y la saqué en el Ibicuí”, alardeaba el Baiano refiriendo a su helénica hazaña.
Fue amparado en los campos de la familia Vargas y al poco tiempo ya era hombre de confianza del caudillo riograndense, y con sus dotes de guapo y diestro en el manejo tanto del cuchillo como del rémington, al poco tiempo hacía parte del más cercano cerco de seguridad del por entonces diputado Getulio Vargas.

Después se hizo adscripto al ejército, y si bien nunca pasó de Cabo, siempre estuvo al servicio directo del que, a la postre, sería el forjador del Estado Novo.
Aunque hincó sus raíces en Sao Borja, donde alzó su rancho y produjo su prole con Aurora, siempre estuvo en la volante vida del militar de aquellos tiempos y allá por el año 1926, atendiendo al pedido personal del General Borges Da Silva, se alineó en la partida de gauchos que le seguían las pisadas a la Columna Prestes.
Y así terminó en Bahia, y si bien retornara a su Sao Borja amada por algún tiempo junto a su familia, años más tarde y atendiendo a la solicitud de su amigo y protector Getulio Vargas, fue seleccionado para componer el regimiento destacado para poner fin a la rebelión informal del Cangaso en el sertao nordestino.

Cinco largos años se entretuvo en esas andanzas, y fue así que en un amanecer de julio del 38, la suerte lo llevó a darse cara cara con el mismísimo Capitao Virgulino Ferreira “O Lampeao”.
Siempre dijo que quien lo había tumbado había sido un macaco pernambucano, pero el que le pasó cuchillo para depenarlo fue él mismo, con su resbalosa.

Virgulino Ferreira da Silva, Lampião murio el 28 de julio de 1938, en Sergipe Brasil


Después la milicada se turnó para decapitar al épico Cangaceiro y meter su cabeza en una bolsa y mandarlo para la capital.
Pero el que le diera muerte en fin, según su propia versión, había sido él mismo con su cuchillo.

Después del suicidio de Getulio, ya cuando los años le fueron herrumbrando las articulaciones, y los tiempos de la barbarie guerrera quedaban sepultados en el panteón del ayer, el Baiano emigró para la frontera y alzó su rancho en un recodo de la carretera que va al Prado, y allí pasó sus últimos años, como capataz de la estiva de madera en los galpones de Altamira, atrás de la cancha del Gremio.
Dejé de verlo cuando el Puerto Seco se hizo empresa y las transportadoras fueron cambiando de barrio, arrimándose más para el lado del Caqueiro y del Armour.

Mucho tiempo después, me dijo Valente que había visto a Doña Aurora en la fila de INCS ya muy venida a menos y que le había dicho que el Baiano estaba internado en una casa de caridad, allá para el lado del Registro.
Si en verdad a veces se me dio por buscarle el rastro, el abrazo excluyente del cotidiano siempre objetó prioridades, y después el tiempo se encargó de sepultarlo en el olvido.

El otro día anduve por la zona donde se alzara un día el ostentoso Depósito de Altamira. Ya no queda nada de aquella posante edificación que servía de estiva para la madera de ley que bajaba desde Bolivia, y me repicaron los recuerdos del Don Orestes con su culta formalidad, y por cierto la del Baiano, aquel criollito de Arerunguá, a quién un estanciero lo condenó a la castración, anónimo forjador de la historia, que decía ser el qué le pasó el cuchillo en el cogote al Capitán Virgulino Ferreria “o Lampeao”.

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1 Comentario

  1. Hola! Muy interesante, tanto la anécdota como el contexto histórico, del cuál era y soy muy ignorante. Estuve informándome un poco sobre la columna Prestes, etc.
    Parte de la anécdota me hizo recordar a la película “Dios y el Diablo en la tierra del sol” de Glauber Rocha, 1964.
    Saludos!

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