por Roberto “Beto” Araújo
La única referencia oficial que da fé
de la real existencia de “Maria das Neves Da Rosa,
conocida en la comarca por el sobrenombre de “la Raposa Mora”,
es un legajo enviado por la Subjefatura de Policía de Tacuarembó
al Ministerio de Relaciones Internacionales fechado en marzo de 1893
que daba cuenta de la huida de “la susodicha Maleva
que había sido apresada por la Policía de esta seccional en el día 11 del corriente,
en el paraje de Puntas de Rio Negro,
ocasión en la que cayó abatido el matrero conocido como Panta Ortega
y resultó herido y aprendido su compañero de andanzas,
un individuo identificado por el apodo de “El Trenzudo”,
de nacionalidad brasilera, cuyos demás datos se desconocen….”
Todo indica que el referido oficio, no es más que una respuesta a un petitorio hecho por la legación brasileña en Montevideo, en relación a las andanzas de estos gavilleros, que fueron emboscados por la policía en la frontera con Brasil y que al parecer dicho enfrentamiento tuvo como desenlace la muerte de uno de los matreros y la detención de los otros dos, entre los que estaba la célebre Matrera, esa que el folclore habría de ensalzar con el apelativo de la “Raposa Mora”, la que escribiera con sus andanzas un excelso capitulo, repleto de leyendas que lindan con lo mítico y lo creíble, pero que sirven para adobar la rica saga de las andanzas fronterizas.
Si bien en el referido legajo no es demasiado lo que aporta sobre la vida de “la Raposa Mora”, no es poco recordar que alude a que el referido apodo se debe a que la misma tiene en el rostro unas manchas oscuras, que la hacen parecerse a la comadreja, razón por la cual se justifica el apelativo mencionado.
Además añade algunos datos biográficos tales como que “es de nacionalidad Oriental, nacida en el Departamento de Paysandú en el año de 1873, que según se dice contrajo matrimonio con un individuo de nacionalidad gallega de oficio zapatero, el que vive en un chacra lindera con el pueblo de Rivera y Santa Ana do Livramento, sobre la ladera del cerro del Caquero” y que según se menciona en el legajo aludido, tenía para la fecha cinco hijos que vivirían con el padre.
En verdad no resulta muy creíble el hecho de que según se desprende de estos datos, para la fecha la referida matrera tuviese cinco críos, teniendo en cuenta que contaría con apenas veinte años por ese entonces, aunque una versión folclórica que se desprende de una poesía rescatada por el folclorista uruguayo Lauro Ayestarán, que se reproduce en una grabación realizada en el Parque Internacional en el año 1950 y cuyo original se encuentra (o se encontraba), en el Archivo Romántico de Montevideo, parece dar pie a la versión estampada en el oficio de la policía, datada en el año 1893.
Pues según la versión poética de un autor anónimo, la vida de la “Raposa Mora” había comenzado poco después de la revolución de las Lanzas, y que la misma seria hija natural del Caudillo Anacleto Medina, quien sembró la semilla de la matrera en el vientre de una morena liberta, que se había fugado de un ingenio minero de Minas Gerais y había sido amparado por los blancos de Timoteo, cuando este junto a Medina, había intentado invadir Rio Grande Do Sul, para contrarrestar la agresión imperial que desembocaría en el martirio de Gómez en Paysandú y el ocaso del Mariscal Solano López en Paraguay.
Después de su breve intentona expansionista, donde hasta logró declarar una provisoria independencia de la Provincia sureña y abolir la esclavitud, los invasores se retiraron hacia la frontera trayendo un lote de esclavos que se plegaron a la causa, y entre ellos venia la madre de quien después se convertiría en la única “Matrera mujer” que se tenga conocimiento oficial hasta la fecha.
Según la versión folclórica referida y reproducida en la grabación hecha por Lauro Ayestarán, la vida maleva de la Raposa Mora, comenzó poco después de quedar huérfana de madre, la que muriera víctima de una incipiente epidemia de Cólera Morbo en el año 1887, y quedando en el más absoluto desamparo, fue violada por un napolitano que andaba de paso en la frontera, el que después de someter a la niña a sus más bajos instintos, pretendió llevársela consigo para tenerla a su merced, pero no contaba con que la niña había sido adiestrada en el arte del degüelle, y ni bien el violador se recostó a un catre, la “Comadreja Mora” le paso una resbalosa por la yugular dejándolo agonizar a los tumbos como un carnero.
Enterada la autoridad de lo sucedido, y al no poder proceder con rigor debido a su condición de mujer y menor de edad, resolvió entregarla en matrimonio a un veterano zapatero que se había quedado viudo en la última revolución nacionalista, y que reclamaba de las autoridades que le compensaran su perdida consiguiéndole una nueva esposa, dado que la primera había sido muerta merced a la displicencia de las autoridades durante la ocupación de los blancos en el poblado.
Y así de buenas a primeras, terminó convirtiéndose en la esposa del zapatero gallego, sin advertir que el napolitano ya había sembrado su descendencia en el vientre de la niña.
Dicen que de esa accidental fertilización nacieron quintillizos, cosa que no es muy lógico de suponer, y que la prolífica fertilidad de la Raposa Mora, fue la que al fin le valió un apodo tan poco sensual y convencional.
Pero lo cierto es que desde que pariera y ya liberada de las responsabilidades de madre primeriza, la Raposa Mora, agarró para el malevaje y ganó la cuchilla, y cuando su marido le quiso llamar al orden, ella le aplicó una zarandeada de lazo que lo dejó medio mocho, advirtiéndole que en la próxima habría de ser peor.
Santo remedio, pues desde entonces el zapatero gallego se dedicó a lo suyo claveteando zapatos y la Raposa Mora a lo concerniente a su oficio de contrabandista, gavillera y matrera.
Según la versión folclórica, de tanto en tanto la Matrera volvía al rancho con el buche lleno de hijos e iba pariendo de a dos o tres críos por camada, los que se los dejaba al cuidado del zapatero, que de a poco fue armando una tribu de descendientes que se fueron agrupando en el entorno del rancho paterno.
Y así se fue armando lo que con el tiempo habría de convertirse el barrio suburbano del Caqueiro, mientras que de las andanzas de la Matrera es poco o nada lo que se sabe, salvo que anduvo entreverada con la gente del caudillo riograndense Joao Fráncisco Pereira de Souza, y no son pocos los que aluden a su figura como una de las ultimas que hiciera la guardia de honor al General Aparicio Saravia, cuando fuera herido en Masoller, en setiembre de 1904 y llevado a la estancia de Joao Francisco en el Caty.
Según el Teniente Jesús Valente, a quien tuve el gusto de conocer ya en el ocaso de su existencia, era ella la Raposa Mora, la que estaba de guardia al lado de la cama donde agonizaba el General en aquel alborear de la fría madrugada del 10 de setiembre de 1904, cuando el último gran caudillo gaucho expiró y, según contaba el Teniente Jesús, que escuchó por boca de la misma Raposa Mora, que cuando llegaba el turno del relevo de guardia, ella le solicitó permiso al General para retirarse y Aparicio la tomó de la mano y le dijo agónicamente “espere solo un poquito, ya estoy cruzando la frontera…” y se murió.
De como terminó la Raposa Mora, no hay datos ni testimonios, si sus andanzas fueron tales y de tal proporción tampoco, lo cierto es que tanto documental como folclóricamente, existe evidencia de la existencia de esa mujer, que se ha convertido en la única Matrera hembra que se tiene conocimiento.


















