Un extraño sujeto en la frontera

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por Roberto “Beto” Araújo

(El prófugo más buscado de la historia)

A finales del año 1993,
un circo quedó varado en la frontera entre Uruguay y Brasil.
La razón no era otra que, ya en ese entonces,
las organizaciones de defensa de los animales
habían comenzado a tomar fuerza y se imponían,
impidiendo que un circo con animales salvajes cautivos
pudiera ingresar a Brasil.

Y por allí quedaron como cuatro meses a la espera de poder entrar, pero nada del mundo parecía poder alterar su incómoda situación. Fue tan larga su estadía, acampados en los alrededores del Paso de Frontera, que durante la misma, una de las leonas parió un leoncito; hecho éste que, recuerdo, por aquel tiempo tuvo cierta repercusión en la zona.

Incluso la prensa local vino a cubrir el singular evento y así anduvimos a las vueltas con aquel cachorro de león, incluso aún guardo alguna foto del mentado.

En verdad este leoncito tuvo una historia muy interesante, pues el Flaco Cruz, que fue el camionero que meses más tarde llevaría al circo rumbo al Norte, después de desatado el nudo burocrático, cuando le faltó un saldo en el pago del flete requerido, se quedó con el cachorro como garantía de cobro.

Tengo muy presente la escena, cuando junto a John, en la puerta del escritorio, observábamos al Flaco que se llevaba al bicho. Fue entonces cuando el Negro Carrasco, con esa experiencia ganada en décadas de andar en vuelta de circos nos dijo -“Bueno, con esto nos ahorramos unos cuantos pesos”.

Me quedé pensando, pues creí que el león valía bastante más, después me enteré que en verdad no valía comercialmente nada, pues era mejor cotizado un buen Pastor Inglés que un León, pero ta. En verdad, la razón que llevaba al Negro Carrasco a afirmar que habían ganado plata con esa transacción, no radicaba en el valor del León, si no que se fundaba en que era precisamente ese el periodo más costoso de la cría de la fiera, pues son en esos primeros meses donde se requiere una serie de medidas sanitarias, que incluyen tratamientos antiparasitarios, vacunas, vitaminas etc . 

Pero lo que más motivaba al Negro Carrasco en esa sublime afirmación era otra cosa, y era que en cuanto el bicho entrara a ganar cuerpo, él mismo camionero suplicaría que lo vinieran a buscar.
Y dicho y hecho, a los pocos meses apareció el Flaco Cruz por el escritorio para ver si podíamos ubicar al Negro Carrasco, para que viniera a buscar al León, que no lo bancaba más.
Pero no estoy aca para hablar del Leoncito ni de la deuda con el Flaco Cruz. En verdad lo que me motiva al escribir estas líneas, es precisamente ese personaje secundario que referí. 
John era un tipo con cierto velo de misterio, un veterano bien parecido, que aparecía y desaparecía en ese complejo enmarañado social del circo.

John, no trabajaba específicamente allí, o sea, era algo así como contratado para el armado de las estructuras, y cada vez que nos avisaban que se arreglaba el tema de los bichos, aparecía John para acomodar en los camiones el aparataje de la carpa, generador, globo de la muerte, toda la estructura funcional del circo. 
Cierta vez que anduvimos con todo arriba de los camiones por más de una semana, John se quedó por cierto tiempo acampado acá y allí intimamos bastante, y fue allí donde pude saber algo de su vida personal, empezando con que en verdad era norteamericano, aunque vivía en Brasil hacía ya mucho tiempo, según el mismo me lo confesaría un atardecer mientras conversábamos en el escritorio.
Lo demás es anécdota.
Recuerdo que cierta madrugada me contó el sereno del Puerto Seco, que John se había pasado como tres horas toqueteando el teléfono público que estaba frente al escritorio y que al final pudo hablar con no sé quien, de no sé dónde, pero que ciertamente era algún país lejano.

A mi eso me interesaba muy poco, al final aquel teléfono público era más un estorbo que un servicio, se juntaba la gurisada de la vuelta, que se la pasaba jodiendo en torno el teléfono.
La verdad es que después que John lo toqueteó, el teléfono quedó con línea abierta para todo el mundo y bien que nos servimos de ese agujero de comunicación que el gringo nos facilitara. Y como la bola se corrió, venia gente de toda la ciudad para llamar a sus familiares en todo el mundo, hasta que una noche de tormenta un rayo lo quemó y ya nunca más volvió a funcionar. 
Aún queda como testigo parte de la estructura de aquellos viejos teléfonos públicos que tanto servían a los vecinos en tiempos pretéritos, adosado a una pared del escritorio.

Bueno, pero eso es árbol de otro monte, paso al meollo de esta historia, pues después de idas y venidas, recursos y alegatos, la Receita Federal, con ciertas restricciones y exigencias, autorizó el ingreso del Circo y se fueron.
Pero cuando me tocó hacer la documentación del despacho, me encuentro que en el legajo de mi amigo John, figuraba con el criollito nombre Adilio Benites De Souza, nacido en el departamento de Rivera, localidad de La Puente, octava sección . Me quedé boquiabierto.
Cuando se lo pregunté al Negro Carrasco, este me devolvió una sarcástica sonrisita y me dijo-“Después te cuento”.
Y me conto muchos años después.
-“Yo le conseguí la documentación”- me dijo,-“ la de él y la del hermano”.

Su nombre verdadero es John Anglin y es uno de los tres fugados de la cárcel de Alcatraz.
Según narración de mi amigo, gerenciador de Circos y Parques de diversiones, los conoció a finales de la década de los sesenta, cuando gerenciaba un Circo Mexicano en Sao Paulo.
Y con el tiempo se fue forjando una amistad que le permitió entrar en la intimidad de sus vidas.

Cuando las cosas se pusieron complicadas por la represión de la dictadura brasilera , fue el Negro Carrasco quien se las ingenió para conseguirles la documentación uruguaya, cosa que por entonces era muy fácil.
Y así anduvieron de laderos del Negro por años, hasta que estando en Vacaria , Rio Grande del Sur, un accidente de trabajo mientras desarmaban una rueda gigante, le provoca una fractura en la pierna a John, lo que lo deja internado en el sanatorio de esa ciudad.
“El espectáculo no puede parar”, está dicho, y el Circo siguió rumbo a Osorio. Tiempo después volvieron por el compañero, pero el hombre ya no estaba dispuesto a seguir en esa vida nómade del Circo, en verdad se había enamorado de una enfermera de esa ciudad y habían armado nido por allí.

Según el Negro Carrasco, tiempo después él mismo fue testigo del casamiento de ambos, y después fue asignado como padrino de su primera hija.
Se casaron en Rivera para no levantar sospechas.
En verdad cuando el Negro Carrasco me contó la historia, no me conmovió demasiado, pues no tenía noción de la importancia histórica del hecho del que habían sido protagonistas.
Pero con el pasar de los años fui dimensionando la proporción del acontecimiento.

La última vez que lo vi al Negro, antes que la demencia senil lo enclaustrara en una institución de caridad, me dijo que según sabia, John aun vivía en Vacaria, aunque estaba muy enfermo.
No sé cuál ha sido el destino de tan ilustre personaje de la historia mundial contemporánea, apenas me queda la reflexión del Negro Amaro, que cuando vió el empalme que había hecho en el teléfono público del escritorio, embelesado con sus treinta años de trabajo en teléfonos y comunicaciones me dijo, “ esto lo hizo un ingeniero o alguien muy ducho…”

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1 Comentario

  1. Está buenísima la historia del negro Carrasco, era amigo. Él nació en la calle Centenario pero con el tiempo su casa fue en F. Sanchez entre J. de Ibarbourou y Damboriarena.
    En una época estuvo en Radio Internacional

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