Un nazi en la frontera

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por Roberto Araújo

El misterio de Karl Fritzch

El frustrado viaje de Frontera Rivera a Europa,
a finales de 1952 principios del 53,
más allá de la mácula irritante
del ridículo que enlodó la imagen
del “Galinho do Sobradinho” por décadas,
es y sigue siendo un inagotable manantial de inspiración,
afirmado en el prodigioso enmarañado en que se sustenta.

 

Pues no fue únicamente una estafa común y corriente, producto de la nefasta ocurrencia de un calotero profesional que se prevalecía de la pueblerina inocencia de los incautos; ni la genialidad de un embustero  que se dedicaba a golpes por el estilo, como una barroca versión del “cuento del tio”, o algo por el estilo; no, para nada. En verdad cada vez tengo más la certeza, de que había por detrás de la intentona, una idea mucho más compleja y quien sabe macabra, que justificaba la maniobra o por lo menos el intento.

Si bien ya he escrito bastante sobre el asunto, y en verdad me ha servido para sustento de una novela histórica: ”Los Clavos de la Cruz en Uruguay” (siempre digo y reafirmo, más historia que novela, pero va, no viene al caso), debo reconocer que después de editada esa versión en relación al mentado frustrado viaje, muchos son los aportes que me han llegado y de los cuales me sirvo para seguir una y otra vez sobre el asunto.

De todas las versiones, creo no equivocarme si señalo que la que refiere a lo narrado por don Orisival Da Rosa, nuestro eterno y perenne cónsul en Montevideo, es sin duda la que no solo más me intriga, sino que a la vez, es la que  más me convence; más aun cuando es complementada con el siempre oportuno agregado de mi amigo Almeda, que con sus más de cuatro décadas vinculado a los servicios de inteligencia brasilero, siempre o casi siempre le da ese plus, que hace de una versión desencajada, una historia coherente y lógica, que pasa por el riguroso examen de la credibilidad.

Según Orisival, cierta vez cuando aún era conserje del Banco Caja Obrera en su sucursal de la Ciudad Vieja,  fue convocado por su amigo y padrino Kaspar Masnick, un polaco nacionalizado uruguayo,  sobreviviente de Auschwitz, quien llegara a América vía Brasil, y en su peregrinar por la región había sido amparado por los Da Rosa en la frontera, hasta que ya emancipado en Montevideo, hizo valer su título de técnico contable y enganchó en el Banco donde al final hizo carrera.

Era por eso, que en gratitud a los favores recibidos en sus tiempos de mala, había atendido la súplica de doña Emiliana, la madre de Orisival, quien no veía con buenos ojos las andanzas juveniles de su hijo, y un atardecer después de una de las tantas macanas del joven, lo metió  en un tren y lo mandó para Montevideo.

Lo amparó entonces don Kaspar y palanqueado por  el padrinazgo del polaco, al final fue haciendo carrera y acabó como gerente años más tarde en el banco.

Pero volviendo a aquella lejana mañana cuando don Kaspar había coordinado una conferencia telefónica, atendiendo al requerimiento del Padre Silva desde Rivera, y en tal ocasión Orisival es notificado que debiera de recibir la visita de un tan Kassio Sereck, un polaco que habría de gestionar ante la AUF la autorización para que Frontera pudiese salir oficialmente del país, en su proyectada gira por Europa.

Y más allá del estupor del impacto de la noticia, Orisival cumplió con la misión y acompañó, ya no a un polaco, sino a dos, para la gestión solicitada.

Hete aquí donde surge la primera novedad de la versión de Orisval, pues acá aparece un segundo protagonista en la historia, del que hasta entonces no se tenía mayor referencia en la versión fronteriza de la narrativa.

Pero además, por obra casual de la providencia, sucede que en el momento en que la delegación ingresa a la vieja sede de la AUF, por la puerta de 18 de Julio, pasa por la vereda don Kaspar, quien fija su atención en el segundo polaco y en el acto lo reconoce.

Pues según afirma, no era nada menos que el mismísimo coronel Karl Fritzch, el tristemente célebre carrasco de Auschwitz, sobre el que pesa entre otros crímenes, el de ser el ejecutor de la muerte del Padre Maxilmiliano Kolbe, el santo polaco que cambió su vida por otro condenado en el campo de la muerte.

Según juraba Orisival, su amigo y padrino lo recordaba muy bien, pues había visto personalmente el día en que el verdugo había ejecutado a su amigo personal,  Antony Liko, aquel excelso futbolista polaco que afiliado a la resistencia de su pueblo, fue aprendido por la Gestapo y enviado al campo de exterminio.

Fue al fin don Kaspar, quien advertido por el encuentro, indagó a Orisival sobre la causa de la presencia de tan nefasto personero, y él mismo inició los contactos con los cazadores de nazis que procuraban al carrasco.

Según la versión de Orisival, angustiado por la demora de la respuesta de los cazadores de nazis, don Kaspar resolvió viajar personalmente a la frontera, y fue allí donde se produce la tan mentada discusión con el polaco en la parroquia, donde el Cura comprendió que algo no andaba bien.

Después lo que se sabe, el polaco desaparece y colorín colorado.

Pero como postre a esta historia, otra vez por obra del azar allá por el año 1959, Orisival viaja a Rio Grande, atendiendo a la invitación de su amigo y compadre el Galleta Silva, quien por entonces estaba destacado como jefe de personal en la estación ferroviaria de Pelotas, y como buenos futboleros van a ver la histórica final entre el Farroupilha y el Gremio portoalegrense, que finalizaría con la coronación de los tricolores.

Y según Orisival, a pocos metros de donde estaban sentados, estaban juntos los dos polacos.

Todo esto cierra con el complemento que aporta Almeda, quien por entonces actuaba como adjunto en la delegacia de Laranjais y que asegura que por aquellos años, recibió la visita de una delegación del gobierno de Israel, quienes andaban tras el rastro del carnicero de Auschwitz, y que en una operación de rutina pudieron al fin capturar a su compañero y socio, un alemán vinculado al nazismo pero de poca monta, quien luego de ser interrogado se suicidó ahorcándose en la celda.

Según la versión de Almeda, la causa primogénita de la maniobra, radicaba en que el final de la guerra, y antes de fugarse de la Alemania derrotada, al amparo del MI6 británico, Karl Fritsch, habría revelado el sitio donde se ocultaba el voluminoso tesoro requisado en el campo de concentración, pero guardaba en la manga el sitio donde se ocultaba un segundo tesoro, que al parecer no era menor que el primero entregado a los británicos.

Esa era al fin la razón de su obsesión por volver a Europa,  pues quería rehacerse del botín y  había orquestado con su socio una idea que bien le serviría para poder entrar al viejo mundo, solapado detrás de una delegación deportiva.

Ya cuando los años van mellando la memoria de los pocos que restan como testigos de lo sucedido, creí oportuno dejar estampada esta versión, pues bien que puede al fin arrojar un poco de luz sobre las tinieblas de un tiempo cuyas heridas aún sangran y requieren de la verdad, para poder al fin reposar en la tranquilidad de la justicia.

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