por Julio Brum
Caminé una linda mañana hacia “La 26”
que es como le llaman
a la Avenida El Dorado en Bogotá.
Con los cerros majestuosos como telón de fondo,
uno llega fácil desde el barrio El Recuerdo
a la Universidad Nacional de Colombia.
Hacia allí me dirigí,
buscando un lugar en los alrededores
donde pudiera imprimir unos documentos
para mis talleres y conferencias de los próximos días.
En el aire de la ciudad hay un sereno aroma de esperanza.
– ¡Colombia es otro país!, me dijo sonriente un transeúnte al despedirse, luego de recomendarme un local de papelería y fotocopias, frente a la entrada del puente peatonal que lleva a la Universidad.
Un cartel de “Todo en Uno Servicios” marcaba la entrada. Me encontré con un señor muy mayor que conversaba animadamente con un joven veinteañero con el pelo al estilo punk, teñido de un llamativo fucsia.
Al verme el señor se apartó amablemente cediéndome su lugar.
– “Pase usted, que yo solo estoy aquí, molestando a Ramiro que está trabajando”.
Expliqué rápidamente que era lo que necesitaba y me disponía a esperar cuando el señor mayor me buscó para entablar conversación.
– ¿Usted es uruguayo? Me preguntó al reconocer mi acento.
– Yo soy hincha del Cúcuta, el cuadro de los uruguayos en Colombia. ¡Por esta cuadra hacia arriba vivió más de diez años Zurragamundi, qué jugador! Nuestro mayor goleador histórico es el uruguayo José Verdún. Gambetta y Tejera vinieron a vestir la roja y negra luego del heroico Maracanazo. ¡Como metían garra!
Soy gran admirador del estilo uruguayo, voy a hacer fuerza por ustedes en el mundial.
Ramiro, con su pelo fucsia, seguía la conversación atentamente sin descuidar mi pedido.
– Soy Carlos, tengo casi 80 años y vine a encuadernar mis libros de inglés con los que aprendí a hablar ese idioma. Son de la década del cincuenta y me gusta tenerlos siempre impecables en mi biblioteca.
Le comenté que soy músico y que estoy vinculado desde hace años a la Escuela de Nueva Cultura. Eso lo alegró mucho, diciéndome al instante que tenía casi todos los discos del grupo emblemático de la música colombiana en los años setenta.
También comento que él mismo lo había intentado con la guitarra, pero desistió.
– No era para mí, se necesita mucha paciencia – concluyó.
De pronto Carlos comentó que él fue campeón colombiano de básquetbol y que también fue profesor en la Universidad Nacional y que uno de sus alumnos acababa de asumir como uno de los flamantes ministros del presidente Petro. Su voz se vistió de un emocionado orgullo.
Nos miró fijamente a Ramiro y a mí, lanzando una frase contundente :
– Hace más de 50 años que soñaba con un día como el 16 de junio.

De pronto su cara se endureció y señaló hacia los puentes peatonales que cruzan la 26 hacia la Universidad Nacional y le habló a Ramiro.
Vos, como joven, es bueno que lo sepas. Allí mismo, en los años sesenta, salíamos a correr diariamente hacia el Monserrat para entrenar con la selección Colombiana de Basquetbol.
Una mañana temprano nos detuvo la policía y sin ningún motivo nos llevó detenidos a la comisaria.
El rostro amable y transparente de Ramiro por un momento se ensombreció. Carlos con su voz cargada de angustia y rabia continuó su relato.
– Nos pusieron de plantón en un húmedo hueco. La luz solo entraba por las rejas del techo desde donde se paraban los policías para insultarnos, arrojarnos agua y otras cosas. Allí nos tuvieron durante un día y medio sin comer y luego nos largaron sin mayor explicación. Nuestro delito era ser jóvenes universitarios colombianos y por lo tanto éramos sospechosos de ser “revolucionarios”.
Carlos hizo una pausa que se perdió en el retrogusto amargo de los recuerdos de aquella experiencia.
Luego me dijo: – sé que ustedes en Uruguay tuvieron una década oscura de dictadura, pero mi querida Colombia hace décadas que sufre la violencia, la intolerancia y la injusticia. Por eso lloré con mucha emoción el 16 de junio.
Es muy lindo a mi edad sentir la esperanza. Tengo fe en este nuevo tiempo que será difícil, pero maravilloso.

Para ese entonces, mi ejemplar de “Al diablo con la Cultura”, de Herbert Read ya estaba impecablemente impreso y encuadernado.
Agradecí por el trabajo y le pagué. Cuando ya iba saliendo desde la puerta me volví y les dije casi sin pensarlo a modo de despedida.
– Ojalá sea lo mejor para Colombia y su gente. ¡Y que se cumpla el sueño de Bolívar!
Ramiro me miró con mucha emoción y sin decir palabra me señaló con el dedo índice mientras su otra mano con el puño cerrado de golpeaba fuerte el corazón.
Solo atinó a decirme tímidamente – Muchas gracias hermano.
Su gesto me emocionó. Cuando pisaba la vereda escuché la voz animada de Carlos que me despedía con un inesperado
– Y el de Artigas … que también tenía razón.
Me regresé a darle un fuerte abrazo.
Volví manso al hotel, mientras en mi cabeza resonaba la canción de Rubén Lena, Artigas, Bolívar, esperanzas, traiciones, futuro.
Latinoamérica, tanto por hacer.
Bogotá, agosto de 2022




















Muy buen relato, que ilustra a mucha gente con nuestra América Latina unida, atraves de su pasado y su presente