por Roberto “Beto” Araújo
“Un Caudillo nacido en la Cuaró”
Según el moreno Preto,
la última vez que conversó con el Coronel,
fue a eso de la una de la madrugada,
cuando abandonaban la estación de Carazinho.
Según cuenta,
habían acabado de tomar unos mates
para asentar el costillar de borrego
que les había servido de cena,
y el Coronel le dijo “voy a dormir un rato,
para espichar el caracú…”
se tapó el rostro con el chambergo
y al ratito se oían los ronquidos del Coronel.
“Siempre fue ágil para enancar un sueño” decía el moreno Preto, cuando hablaba del asunto. “Recuerdo en la reculada del Parque, mientras la retaguardia aguantaba el avance de los de Galarza y don Carmelo se destroncaba el lomo maneando piques para el puente, el Coronel se tiró en una carreta para echarse una siesta, y mientras roncaba, una bala repicó en el requinto del carro y le pasó zumbando la oreja. El Coronel apenas que atinó a despertarse, se secó el sudor de la frente y dijo –esa fue por poco- ,se recostó en la carreta y siguió roncando como si nada”.
Por eso no le prestó demasiada atención a los ronquidos del Coronel y se entretuvo en escuchar una valsinha que rezongaba en la gaita de un Tano allá en el fondo del vagón, hasta que se quedó dormido.
Se despertó cuando el tren cruzaba el puente de la Picada de las Marrecas y vio el resplandecer del sol que venía asomando allá atrás de la cuchilla para los lados do Caverá; con parsimonia entró a picar un naco y armar un chala, fue cuando advirtió que el Coronel ya no roncaba y parecía balancearse al ritmo del traqueteo del tren con el rostro tapado por el chambergo, donde lucía una gruesa divisa blanca como la que usara en Tupambaé. Lo quedó mirando por algún tiempo hasta que resolvió retirarle el aludo y recién se percató que llegaba al fin aquella épica existencia de una de las figuras más gloriosas de la historia gaucha, de esas que no ocupan una línea siquiera en la narración académica, pero constituyen una epopeya digna de la pluma de los más grandes narradores del romance universal.

Abelardo Márquez nació el 12 de noviembre de 1857, el mismo día que en Montevideo moría el Brigadier General Manuel Oribe, hijo de un pardo hombre, Anacleto Medina, quien moriría años más tarde en la Defensa de Paysandú y de una China Bugre, ultima sobreviviente de una tribu diezmada por la viruela a finales de los cincuenta.
Nació en un rancho de palo a pique, en un barranco en un recodo del camino, que después con los años se convertiría en la calle Cuaró, bien donde la picada quebraba con destino a la Estiva.
Huérfano de padre, su China madre se dedicó a colectar yuyos y miel silvestre en la cuchilla, y dotada de la ciencia de la curación, se ganó el pan atendiendo a empachos y quebrantos de la insipiente población de Santa Ana do Livramento, en tiempos en que los médicos no abundaban.
Apenas pudo sostenerse en sus rodillas ya andaba horqueteado a un redomón, pues aprendió antes a montar que a caminar, y siguiendo la cronología de una lógica gaucha, apenas se pudo afirmar en el lomo de un bagual, se hizo tropero y después contrabandista.
Fue su vida nómade de arriero fronterizo lo que le permitió conocer cada picada, hacienda y hacendado de uno y otro lado de la frontera, y ya diplomado como baqueano, se hizo amigo de Joao Francisco Pereira de Souza, y aunque en la Guerra Federalista del 93 se alistó en las filas da Hiena do Caty, su participación en la refriega solo se limitó a abastecer de caballadas a los Pica Paus, elemento de fundamental importancia en tiempos en que la guerra dependía de la monta.
Pero si bien no ensangrentó demasiado su caronero durante la refriega, cuando la guerra terminó, fue él precisamente quien auxilió a Aparicio Saravia en su homérica retirada hasta la frontera, pues se las ingenió para convencer a Joao Francisco, que el General de las Dos Patrias, más que un enemigo peligroso, habría de convertirse con el tiempo en un aliado de trascendencia en los nuevos tiempos de la post guerra.
Fue Abelardo Márquez el que en una yerra, en los campos de los Mascaranhas, presentó a uno y otro caudillo, engendrando una amistad que con el tiempo se volvería épica y habría de ser piedra angular de la geopolítica regional, pues recién con la alianza sellada entre Joao Francisco y Aparicio, este último lograría al fin imponerse como Caudillo de importancia nacional de este lado de la Frontera.

Fueron las armas y caballadas que le proporcionó Joao Francisco al Águila Blanca del Cordobés, lo que hizo posible el alzamiento del 96, la victoria del 97, la cruzada del 03 y la Guerra del 04, que terminó fatídicamente aquel primero de setiembre, cuando una bala perdida le perforó el peritoneo al General de Poncho Blanco en Masoller.
Después, de herido y ya en la casa de la madre de Joao Francisco, fue Abelardo el único que pudo visitar al General en su agonía y son mentas que ya herido de muerte Aparicio consiente de su ocaso, le ordenó a Abelardo que se encargara de salvar la caballada más que al Parque, ya que según dijo: “mientras sobren crinudos, la revolución ha de vivir”.
Después de la muerte de Aparicio, Abelardo se refugió en Brasil al amparo de Joao Francisco y volvió a lo suyo, que radicaba en tropear novillos y caballos de acá para allá y de allá para acá.
Habían quedado atrás los tiempos en que ostentó por orden del General, el grado de Jefe Político de Rivera. Sus andanzas y travesuras lo habían dotado de una fama al límite de lo legendario; eran mentas en las tertulias su asalto a los Periódicos o Canabarro y o Maragato, su alzamiento en contra de la designación de Luiz Maria Gil como su sustituto en la Jefatura Política de Rivera, por orden del novel Presidente don José Batlle y Ordoñez , lo que culminaría con el desarme de Nico Pérez, y hasta la advertencia que le mandó a Saravia momentos antes de que una bala lo volteara del tostado, pues había sido informado que un grupo de tiradores se habían apostado sobre el Cerro dos Cachorros para emboscarlo.
Abelardo Márquez tuvo once hijos, de los cuales tres murieron en Tupambaé y tres más víctimas de una emboscada en 1909, allá por Santa Victoria do Palmar, según se dijo cuándo se rumoreaba un levantamiento contra Williman, pero en verdad los pormenores de ese episodio nunca quedaron bien claros.
Cinco de sus hijos, cuatro mujeres y un varón, lo sobrevivieron y su retorno a la frontera obedecía, según se dijo, a un pedido de Pantaleón Quesada, quien lo requería a fin de rejuntar las huestes blancas desbandadas desde la muerte de Saravia.
El moreno Preto, al descubrir el rostro lívido del Coronel, comprendió que estaba muerto y que en el balanceo de aquel tren, se excretaba la leyenda de uno de los personajes más épicos de la historia regional, uno de tantos que no han merecido siquiera una línea en la historiografía formal, pero cuyas andanzas y proezas trepan el barranco de la leyenda y acampan en los valles de la epopeya.



















Felicitaciones! Excelente! Gracias por permitir conocer esas historias y tan buen narradas. Adelante!
Felicitaciones! Excelente! Gracias por permitir conocer esas historias y tan bien narradas. Adelante!
¡Roberto! Abelardo Márquez es mi tatarabuelo, soy nieta de Nené Márquez, la única hija de su único hijo varón. Mi madre tiene la bala que lo mató y por mucho tiempo yo solo tuve un recorte de información sobre él de la enciclopedia de El País. Así que gracias por compartir esta historia que es la mía también. Es una sincronía tremenda encontrar tu texto porque la semana pasada estuve con mi compañero precisamente acampando en el Valle del Lunarejo y conociendo por primera vez la zona, sabiendo vagamente lo importante que había sido Masoller en su vida.