por Karina Ruiz Diaz
“Restaurar es asumir una responsabilidad
con la historia y con la sociedad”.
Esa frase podría resumir el compromiso,
y en cierta forma, el amor que Valeria Mastrángelo
vuelca en su tarea como diseñadora y restauradora
de vestuario y objetos en soporte papel.
En una entrevista reflexiva e intimista,
la creadora nos permite conocer las vivencias
que la llevaron por este camino,
que hoy se traduce en creaciones de vestuario únicas,
a través de “Donna Mastrángelo”
y restauraciones de libros, mapas antiguos,
en “Exordio Mundi”

¿Qué te llevó a elegir la restauración como profesión?
Todo empezó junto a mi carrera de Letras. Los libros me han acompañado toda la vida, no recuerdo un momento de mi rutina, en que los libros no estén presentes de alguna o de otra manera. Y cuando era muy chica, y todavía no tenía el hábito de leer por mi cuenta, los libros eran objetos que llamaban poderosamente mi atención. Los veía como a algo extraño, cuyo contenido yo no sería capaz acceder.
Por alguna extraña razón en mi casa había muchos libros de ciencia, (raro porque en mi familia no hay un solo científico) y cuando los abría y veía gráficas, mapas, fórmulas, nombres y definiciones que ni se me ocurrían en ese momento, quedaba fascinada. Pasaron algunos años y supe que iba a dedicarme a la literatura. Así que luego de atravesar unas cuantas dificultades, ingresé a la Facultad de Humanidades, y de algún modo me casé para toda la vida con esa facultad y con los libros.
Pero al mismo tiempo que investigaba, sentía que mi relación con los libros no terminaba allí. Y fue cuando empecé a pasar del contenido a la materia. Hay muchas teorías que intentan exponer que el valor de un libro no está sujeto a su formato, al menos en cuestiones de contenido, y esto, si fuese una pregunta, se respondería sola.
Pero si tengo que pensar en la materia, en el físico de un libro, entonces allí cambian las cosas. Y según creo, tiene que ver con qué queremos conservar de un libro; si el libro como objeto o su contenido. Puede tener que ver con los intereses de cada uno. Pero de forma más general, tiene que ver con los intereses de una sociedad.

En este momento, los avances tecnológicos nos permiten conservar, condesar y acceder a miles de textos, desde el más actual, hasta a primeras ediciones. ¿Entonces por qué nos interesa conservar la primera edición del Quijote? ¿Por qué se atesoran los libros de ocultismo? ¿Por qué exhibimos libros tras vitrinas intocables, si podemos acceder a todo esto con sólo hacer un “click”? Podría tomarme toda la entrevista sólo responder esta pregunta, y siempre me quedarían temas para abordar. Si intento resumirlo; conservar para mí, tiene que ver con el momento aurático del que hablaba W. Benjamin.
No siempre tengo el honor de restaurar una pieza de carácter histórico, pero cuando lo tengo; la sensación que me ofrece estar frente a una pieza original, plagada de un sinfín de contenidos a través del tiempo, me hace sentir una enorme responsabilidad y un inmenso respeto. Y esa responsabilidad, se desprende de la sensación de que puedo cometer un error, o peor aún; de la sensación de que, al tocar una pieza, irremediablemente se pierde parte de su información y parte de su naturaleza original. De algún modo me siento en constante peligro, porque restaurar es asumir una responsabilidad con la historia y con la sociedad.


Cómo te formaste?
Siempre fui muy observadora. Cuando recorría ferias y librerías en búsqueda de lo que llamo “ejemplares raros” (Libros antiguos de botánica, física, astronomía, entre otros), siempre conseguía algún libro roto. Un día encontré en el lomo roto de un libro un pedazo de diario viejo, y lo saqué. Este pedazo estaba plegado y dentro tenía un trozo de papel que decía “para el librero atento”.
Eso fue suficiente para que cada libro viejo que encontrara, lo desarmara en búsqueda de algo semejante. Quedé fascinada, y luego investigando descubrí que era muy practicado entre los encuadernadores tradicionales, dejar un mensaje oculto en el lomo de los libros. Todavía conservo ese trozo de papel.
A partir de ese momento comencé a leer por mi cuenta sobre restauración de libros antiguos, y a practicar con mis propios ejemplares. Lamentablemente en este país no hay formación académica en conservación y restauración de bienes culturales, de modo que, a raíz de aquel acontecimiento, pasé un largo tiempo instruyéndome por mi cuenta, hasta que pude tomar algunos cursos en el extranjero.
En el año 2016 ingresé al Museo Histórico Nacional como voluntaria. Allí pude poner en práctica mis conocimientos, y pude complementar mi formación con la ayuda de los funcionarios encargados del taller de conservación del museo. A partir de esa experiencia no me detuve, y comencé a restaurar para otros museos e instituciones con acervo histórico.

Por qué te volcaste a los rubros de vestuario y libros?
Un poco como comentaba anteriormente, mi entusiasmo por la restauración surge casi al unísono con mi carrera de letras, fue para mí, una manera de conectar todo. Y estas tres cosas; restauración, libros y vestuario, están ligadas por una misma pasión: la historia.
Siempre sentí una gran curiosidad por las cosas del pasado, tal vez originada por las cosas que veía en mi propia casa y que habían pertenecido a mi familia paterna. Lo que yo llamaba “las cosas de mi abuela”, se transformaron no sólo en fuente de inspiración para mi trabajo, sino también, en una razón para que luego me interesara en las antigüedades y en los museos.
Cuando empecé a interesarme en el teatro de una forma más académica, también me incliné por el estudio y la investigación del vestuario en las obras. Pero esto surgió en realidad mucho antes, y para ello regreso nuevamente a mi niñez. Allí se asentaron todas las cosas que hoy en día forman parte de mis grandes amores. Recuerdo que una vez mi madre me trajo una edición ilustrada de Sissi y el vals de Strauss de Marcel D´isard, y yo quedé profundamente impresionada con el vestuario de esas ilustraciones.
A partir de ahí, todas las muñecas que dibujaba, tenían enormes vestidos de crinolina, y yo misma, cuando quedaba sola con mis hermanas, me ataba un acolchado a la cintura, haciendo que era una inmensa falda, y arrastraba eso por toda la casa. No podría decir que amo las agujas y las máquinas de coser, pero sí siento una enorme admiración por el complejo arte de la confección antigua.
Yo vengo de una familia de hombres sastres. Mis abuelos vinieron de Italia en el 1900, y se instalaron en Uruguay con varias sastrerías y casas de artículos para el cuidado personal masculino. Mi padre fue el último sastre de mi familia, y a comienzos de los 80 ya su sastrería estaba fundida. Para cuando yo nací, en esa misma década, sólo quedaban los recuerdos de ese oficio tan delicado. Pero siempre observaba los elementos de la sastrería, lo que quedaba de ella, como reliquias, como objetos que mi madre protegía arriba del ropero. Conservo varias cosas, que ahora utilizo en mi propio trabajo. Mi padre siempre decía que “una de ustedes”- haciendo referencia a mis hermanas y a mí- íbamos a continuar su oficio. Eso no ocurrió, pero sí supo trasmitirme tanto él como mi madre, ese trabajo de una manera cuasi mítica, con sus memorias y anécdotas de la “vieja sastrería de Minas”, y que yo de algún modo con mis trajes, puedo hacerle honor a su ilusión.
Todo esto tiene ese mismo tronco común, las letras. Los libros que me conectaron a las costumbres e imágenes del pasado. Restaurar libros y trajes antiguos, es como desentrañar no sólo el pasado, sino el misterio, el secreto de quienes confeccionaban estas cosas. Cuando abrís una pieza, descubrís el verdadero conflicto, el verdadero deterioro de la misma. Es muchas veces la clave, para detectar las técnicas, los materiales, y los problemas que la afectan. Se trata de otra forma de narración.

Qué puedes contarnos de Donna Mastrangelo y Exordio Mundi?
Estos son los dos proyectos de conservación y restauración que tengo actualmente, y en los que puedo exhibir al mismo tiempo mis propias creaciones y la historia que hay detrás de ellas.
Donna está dedicado a la historia del vestuario, y elegí mi nombre para agradecer todas las enseñanzas de mis padres, y todo el arte que siempre supieron transmitirme con sus infinitas anécdotas. Y Exordio está dedicado exclusivamente a la conservación y restauración de objetos en soporte papel, y al arte tradicional de la encuadernación.
Ambos proyectos están basados en una política de sustentabilidad, no sólo en cuanto a la conservación en sí misma, sino en la utilización de materiales sustentables. Tanto en Donna como en Exordio, cada creación es hecha a partir de materiales reciclados y la mayoría de procedencia antigua. En mis trajes hay un gran legado familiar, ya que la mayor parte de ellos están realizados a partir de textil perteneciente a mis abuelos y otros familiares. Pero también utilizo textiles antiguos de otra procedencia, y los mezclo con otros materiales. Siempre digo que en mis vestidos “hay muchas abuelas”.

También te dedicas a la restauración en Museos, que nos puedes contar de esa experiencia?
Sin dudas ha sido y es, una de las experiencias más gratificantes de mi trabajo. Cuando era niña pensaba en los Museos como en grandes templos, con la misma solemnidad. Y esto aún me sucede a veces. Pero creo que esto deriva de la forma en que los Museos nos eran trasmitidos en el pasado, era el paseo de la escuela en el que tenías que hacer silencio y escuchar… escuchar atentamente al guía como si él tuviese una verdad para contarte y que tú debías atesorar y relacionar con los objetos que tenías frente a ti. Sentía un poco la misma sensación que cuando entraba a una catedral y escuchaba mis pisadas como voces a cappella de bajos profundos.
Pero esto no me disgustaba, al contrario, sentía algo que en ese momento no sabía describir, pero que ahora podría calificar más acertadamente. Sentía “compasión”. Pero era una compasión muy lejana, cuasi inconsciente, y que escondía mi nostalgia por la finitud de la vida y de las cosas.
Esto era un pensamiento muy complejo para una niña de mi edad, pero como conocía la muerte de cerca, a menudo pensaba en ella y le daba continuidad en las cosas que veía. En los Museos todo pertenecía “a los muertos”, ese era un poco el discurso de hace unas décadas, y por suerte eso ahora va cambiando. Los Museos se han trasformado mucho en estos últimos años, se ha entendido que no sólo custodian grandes obras, o piezas importantes, sino que los Museos deben pertenecer a la gente, en múltiples sentidos. Pero mi fascinación y compasión, partían de que esa muerte era de algún modo burlada por todas esas reliquias expuestas al mundo. Se le puede llamar de muchas formas; trascendencia, recuerdo, memoria, historia.
Yo no me lo cuestionaba en aquel entonces, sólo sentía emoción al ver “cosas” que habían sobrevivido a la muerte, al olvido. Qué eran esas cosas? A quiénes habían pertenecido? Todo eso era algo maravilloso para mí. Pero sobre todo, me resultaba apasionante todo lo que no podía ver en los museos, todo lo que no era exhibido. Y ese misterio continúa incluso ahora, que he visto los depósitos de muchos Museos.
Cuando entré a trabajar como voluntaria al Museo Histórico Nacional, no podía creer el enorme acervo que hay en sus ocho casas. El taller de Conservación del Museo, me sigue sorprendiendo cada vez que entro, siempre hay algo que no he visto antes. Y a pesar de que fui ganando experiencia, ese “misterio oculto” de los Museos, lo sigo sintiendo. Cuando recién ingresaba al taller, lo que más me emocionaba era poder “tocar” las piezas que habían sido de las grandes personalidades de nuestro país. Sentía un orgullo inexplicable, una cierta vanidad al estar frente a las pertenecías de esas personalidades, incluso si para mí no representaban nada especial. Pero sobre todo, sentía una enorme responsabilidad, pues eran los testimonios de nuestra historia. Con el tiempo eso cambió.
El Museo recibe a menudo muchas donaciones que son evaluadas, y muchas veces aparecen piezas con pocos antecedentes, pocos datos para analizar, y eso comenzó a convertirse en una inquietud para mí. Porque requiere de una investigación muy amplia para recabar datos que te lleven a la época, a su contexto, su procedencia. A veces estas cosas no se logran plenamente, y ello te hace ver lo frágil que es la memoria, y la complejidad que hay detrás de un relato. Entonces allí regresas a ese guía que te mostraba cosas solemnemente, y te preguntas cuanta fidelidad hay en ello. Luego surgen otras cuestiones. Es esto importante? La verdad es importante? Nosotros depositamos constantemente nuestra confianza en la historia, en la ciencia, y en la tecnología que nos acerca de otro modo a la materia de las cosas. Los “anónimos” se convirtieron en mi interés principal. Trabajando en el MHN, aprendí lo delicado y complejo que es manipular un objeto mudo, que depende de una narración muy estudiada y exhaustiva para conformar un pedacito de historia.

En el 2018 tuve la fortuna de poder trabajar en el MAPI, Museo de Arte Precolombino e Indígena, allí estuve a cargo de la restauración y mantenimiento de gran parte de la colección de máscaras latinoamericanas de Claudio Rama. Fue una experiencia plagada de cosas maravillosas, no sólo de un arduo trabajo técnico, sino del redescubrimiento de la cultura latinoamericana. Cosa que debo confesar con mucha vergüenza. Pues cada pieza que llegaba a mis manos, representaba un enorme desafío desde el punto de vista de distancia cultural.
Durante algunos meses estuve trabajando en el acondicionamiento y restauración de un gran traje Guaicurú; meses en los cuales de manera rigurosa y ritual, entraba a mi sala, lavaba mis manos, y me colocaba mi equipo de “disección”. Pienso que la restauración muchas veces se trata de ello; de diseccionar, de abrir, de separar, de descubrir elementos en aparente caos. Y para abrirse camino entre dicho caos, es necesario ingresar en otro aspecto fundamental de la restauración; la investigación.
Cuando se presenta un objeto desafiante no sólo desde el punto de vista técnico, sino también desde el punto de vista estético; se amplía el recorrido hacia la meta final, se mitifican y se mistifican las distancias. Por ello es tan importante para mí entrar en contacto con la materia compositiva de cada pieza. Lograr la estesis con el objeto consiste en unificar los sentidos para proyectar una imagen completa de aquello que nos está desafiando. Sólo cuando miré la pieza con el conjunto de mis sentidos, no sólo con mis ojos, pude sentirme capaz de completar las distintas etapas de su restauración, de superar la distancia. Cuando toqué su plumaje, su dolor escondido, su extraño aroma, su múltiple cromatismo.
La pasión que siento hacia mi trabajo me devuelve otras pasiones, me permite seguir pequeñas pistas, descubrir el secreto de los artistas… Ingresar en el misterio, abrir caminos, es para mí lo más increíble de mi labor. Y este descubrir, revela al mismo tiempo la materia misma de las cosas, su entidad. Pero ver el movimiento de los objetos y sus secretos, no le roba su misterio. Ese tiempo de incansable trabajo no fue una mera intimidad entre la pieza y yo, sino, de visitas inesperadas, de ojos y miradas curiosas, de interrogantes, hasta de cantos y oraciones que se colaban desde la sala contigua a la mía, y le daban a cada hora un aire de lejana religiosidad.

La Celebración del Día del Patrimonio es una fecha que celebras de una forma muy particular, cómo surgió esa iniciativa?
Siempre sentí el día del Patrimonio Nacional como una fiesta en la que una parte muy importante de mi misma podía desplegarse. Esa parte que a veces llamamos “mi verdadero yo”, y que siempre identifiqué con el pasado. Un pasado jamás experimentado, pero de alguna forma cientos de veces vivido a través de los múltiples objetos antiguos que siempre me rodearon. Desde libros, hasta las viejas cosas de la sastrería de mi padre. La vajilla de mi abuela, las mantillas y camafeos que descansaban en el rincón oscuro de algún cajón.
Cada día del Patrimonio salía a gastar cada cuadra de la Ciudad Vieja, a subir y bajar las infinitas escaleras de los maravillosos museos. Y aunque siempre los visitaba, ese día era especial… Ese día sentía que algo se desataba, como una vieja maldición que despierta al contacto de una mano, al destapar un frasco de un perfume añejo. Y un día hace ya 11 años, le dije a mi amigo Sebastián Bidegain, que podíamos hacer algo diferente. Vivir ese día de una manera especial, siendo parte de algún modo, de ese aire antiguo, de esas épocas añoradas…
Así surgieron mis primeros trajes representativos del siglo XVIII. Confeccioné un traje rococó inspirado en el Blue Fox Uniform de O’Connor, y se lo mostré a mi amigo aún un poco escéptico de que aquella idea pudiera resultar; pero cuando lo vio, no dudó en acompañarme en la aventura que pronto se convirtió en un acontecimiento que cada año nos llenó de emoción y de gratas experiencias.
Desde ese día no he parado en esta aventura, y tuve la suerte, a pesar de que la pandemia estuvo en medio, de poder exponer mis trajes en el Teatro Solís, cuando se cumplieron los 10 años de mis “salidas patrimoniales”. No podría imaginar un Día del Patrimonio o Museos en la Noche, sin salir por las calles recreando alguna época pasada.
Lo lindo de esto, es que con el tiempo se fueron sumando otros amigos, como mi amiga Ivonne Morales, que ha hecho un registro fotográfico delicado y lleno de detalles, de varios de estos eventos.
La respuesta del público y de los Museos también ha sido un impulso para dar continuidad a este proyecto. Siempre hemos sido muy bien recibidos y apoyados por muchos directores y funcionarios de estas instituciones.

Tu trabajo busca valorizar el pasado, rescatar del olvido objetos, prendas que nos cuentan historias. Por qué consideras que el pasado es importante?
Indefectiblemente el pasado nos dice cosas de nosotros mismos. Desde múltiples ángulos, desde nuestras raíces biológicas, hasta nuestra identidad como sociedad. Pero a pesar de todo esto, en el pasado veo algo imposible de atesorar como una totalidad. Yo siento y pienso la historia como un lienzo de Sobel, plagado de salpicaduras que parecen casuales, pero que en realidad se conectan en algún sentido, aunque no podamos saber cómo exactamente fueron salpicadas allí. El pasado me inquieta porque es un esfuerzo humano constante, por ordenar fragmentos y mantenerlos presentes. Y aunque el modo de mantenerlos cambie, el esfuerzo está igual. Cambia la visión, el método. Pero el pasado es algo muy frágil, inasible, porque nuestra memoria lo es.
Nosotros mismos no podríamos jamás ser fieles plenamente a nuestra propia historia de vida. Hay una falta de correspondencia temporal entre lo que nos ocurrió desde nuestro nacimiento, hasta el momento en que podemos pensar en ello. Y creo que esta inquietud que roza la ilusión y hasta el horror, es la que me hace ver en el pasado algo tan conmovedor.
Preservar, es lo único que puedo hacer para mantener vivo de algún modo, el recuerdo de aquellos que pasaron por este mundo. Pero no lo veo como una misión, eso sería demasiado romántico, lo veo como una forma de humildad, y también como una forma de contemplación. No digo que todo esto sea así, es sólo mi visión.
Hay otras cosas también, que tienen que ver en como yo me relaciono con la naturaleza de los objetos y su estética. Y en mi caso personal se desprende de mi rechazo hacia la masificación, a la obscena producción de “cosas” en el mercado, a las grandes industrias. En parte porque son las responsables de gran parte de la contaminación del medioambiente, pero también porque le quitan identidad a los objetos. Todo esto es un enorme tema en sí mismo, en el que podemos discutir los pros y los contras del resultado de la modernidad, de los costos que ello implica, costos en todo sentido.
Pero no me quiero detener en este punto; sino, en el tema de la “identidad” del objeto. La inmediatez en la que vivimos, no nos permite ya detenernos en el detalle de las cosas, y es que las cosas también han perdido detalle. Y no necesariamente para que haya detalle debe haber un trabajo a la “horror vacui”; el detalle tiene que ver con la sensibilidad puesta en el trabajo, y esto no puede lograrse de forma masiva. Porque detalle, es partir en pedazos, palabra que también da origen a tallar, “dar forma”. De todos modos creo que desde un tiempo a la fecha, hay una tendencia a lo manual, a lo artesanal, que pone en importancia las técnicas y oficios del pasado, aunque esto también tiene sus inconvenientes justamente porque, sostener un mercado tan pequeño, que maneja tiempos mucho más lentos y requiere de materiales con poca circulación, hace que el valor sea mucho más elevado. Que un objeto logre durar en el tiempo, es para mí como un acto revolucionario, es como la Centennial Light Bulb soplada a mano en 1897 por la Shelby Electric, y que aún está “iluminando”.














Excelente reportaje, excelente explicación y descubrimiento de personas con un talento extraordinario y, si se nos permite la acotación, un talento que tendría que volcarse en la instrucción de las nuevas generaciones, tan escasas de medios de aprendizaje que permitirían sin duda alguna no sólo un conocimiento y una apreciación de los valores históricos, sino también una continuidad en la preservación de nuestro acervo histórico y cultural. La Sra. Mastrángelo debería tener a su disposición los medios que asegurasen la continuidad de su carrera y su obra de conservación histórica. Todo un verdadero “Ministerio de Herencia Cultural”, que por cierto existe en otras latitudes más conscientes y responsables con el legado de sus pueblos.
Precioso artículo. Me hizo acordar mucho a algo que mi suegra dice. “Los objetos evocan a seres queridos o momentos de nuestro pasado”.