por Julio Brum
El ómnibus G hacía su recorrido normal de jueves
a final de la tarde por Agraciada rumbo a Bulevar
y el chofer-cobrador escuchaba a Petinatti.
El conductor radial invitaba a la audiencia a que llamara
y contara públicamente cuál había sido el papel de su ex-suegra
en su separación de pareja.
Mientras esperaba que algún ser en desgracia cayera en su pegajosa telaraña,
deslizaba comentarios irónicos sobre la inseguridad y la tasa de desempleo.
Era un viaje normal, pachorriento, de gente cansada volviendo a casa. Miradas perdidas con el Licenciado Orlando como la banda sonora de sus vidas.
Subió una mamá con su hijo recién salido de la escuela preguntando si le habían gustado los panchos con tomate y huevo duro de la vianda.
“Para mañana tenemos pescado con puré” dijo la madre. El niño que comía casi automáticamente unas galletitas dulces que llevaba en un taper, le respondió animado: “no te vayas a olvidar del limón”.
Al costado un señor mayor de traje muy prolijamente afeitado contaba las paradas que le faltaban para bajarse. Más de la mitad del pasaje iba enchufado a sus celulares.
El ambiente se iba poniendo insufrible. Ya estaba por bajarme cuando suben dos músicos callejeros con sus guitarras y piden permiso para cantar. Uno de ellos ya llegando a sus 60 años y otro con look rockero de 45 años y lentes oscuros.
Saludan y piden permiso anunciando que van a cantar ” una del querido dúo Los Olimareños” .Lo anuncian así . Suenan las guitarras y comienza la introducción de la canción ” Madre querida”, la energía envolvente que invade el ómnibus es mágica.
El primero en reaccionar es el niño que comienza a mover su cabeza al ritmo de la canción. Sonriente mira a su madre que le retribuye el gesto con mirada pícara.
El señor de traje se desentiende de las paradas y comienza a marcar el pulso con su pie en el piso y su dedo índice sobre la agarradera del asiento. El chofer baja la radio para escuchar mejor. Un hombre joven visiblemente emocionado repasa la letra ” sintiendo… la sensación…. de estar soñando contigo”. Va moviendo secretamente sus labios repasando exacta y dulcemente cada palabra.
El ritmo de serranera inunda de una onda sanadora y cómplice la unidad de transporte capitalino.
Todo se transformó con la música y por esos minutos la mirada de quienes viajábamos se iluminó y esbozamos una sonrisa. Antes de bajar regalé un pulgar para arriba de aprobación y agradecimiento al más veterano de los músicos que ya terminaban. Me retribuyó con una mirada de digna aprobación.
Llegó mi parada y al bajarme escuché un aplauso cálido. Un aplauso bien uruguayo : seco, pudoroso y sentido. Alcancé a escuchar que a continuación iban hacer una canción del maestro Lena pero no entendí cual.
Bajé pensando que quizás si les iba bien a lo sumo recibirían 200 pesos en monedas. Que en ese contexto una canción de genuina raíz popular fue oxígeno puro. Después todo volvería a la normalidad y el chofer traería nuevamente a Pettinatti al espacio sonoro.
Seguramente éste se estaba ya aprovechando de la víctima de turno, alentándola a que dijera públicamente cuanto odiaba a su ex-suegra por haberle arruinado el matrimonio. Acción que le reporta varios miles de pesos al mes.
Me fui pensando en el valor de las cosas. En como estamos viviendo como colectivo y en el lugar que damos en nuestras vidas a lo que realmente importa.




















Muy buena reflexión sobre el valor relativo de las cosas!