Nosotros le enseñamos profe

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por Julio Brum

El olor a Dictadura todavía resistía en las paredes
del recientemente inaugurado Liceo de Paso Carrasco.
Corría marzo de 1986 y me presenté para ocuparme
de una nueva y extraña materia: “Taller de Música”.

 

Llegue hasta ahí gracias a los aires renovadores de los programas educativos que la recuperada democracia ahora traía con el utópico gesto de promover la experimentación y la libre expresión. Algo impensable hasta hace poco en aquel ambiente acostumbrado al silencio, al pelo que no podía tocar el cuello de la camisa y a las polleras por debajo de la rodilla.
Se habían lanzado nuevas propuestas educativas para la música. El problema era que no había profesores de la materia, porque en dictadura el IPA cerró esa posibilidad.

Por esos días yo estudiaba entre varias cosas, pedagogía musical con Coriún Aharonian y un curso de ” Música para niños” con Luis Trochón en el Taller Uruguayo de Música Popular (TUMP).

Cuando Coriún nos alentó a inscribirnos para entrar como “profesores” a secundaria le dije:
– Pero no tenemos el título no me da el rostro. Su respuesta fue contundente: – Miren, hace años que ando por todo el mundo y las cosas más interesantes y renovadoras que encontré las hacen quienes aman su tarea con o sin título.
Solo tenés que seguir formándote siempre y trabajar seriamente respetando a la gente. La música hace el resto. Confíen en la música.

Me convenció.

Venía de participar en Diciembre de 1983 de un grupo de incipientes aspirantes a “artistas de la música” ayudando en la creación del emblemático Taller Uruguayo de Música Popular, el viejo y querido TUMP.

Eso me llevó a la brasileña y calurosa Tatuí y a la bella Piriápolis como alumno becado, a cambio de tareas de colaboración, en los inigualables Cursos Latinoamericanos de Música Contemporánea.

Alli descubrí un mundo increíble, en contacto con personalidades como Hans Joachim Kollreutter; Philip Tagg , Conrado Silva, Cecilia Conde, Graciela Paraskevaidis y varios más que encendieron la mecha que Coriún sembró en sus mágicos y míticos cursos del Parque Posadas.

Todo ello junto a la cotidianeidad efervescente del TUMP, donde en un mismo día te podías codear mano a mano con el Choncho Lazaroff, que te invitaba a cantar en coro fragmentos de la guía telefónica para su disco “Tangatos”. O bien podías terminar en el Bar La tortuguita escuchando una esotérica y alucinante disertación de Mateo sobre el tiempo y el espacio, mientras la iba dibujando con una birome sobre una servilleta .

Al final de todo ese mágico periplo ya había abandonado la Facultad de Arquitectura dispuesto a transitar por la música popular como opción de vida y con la convicción de que era un buen proyecto para ayudar a cambiar el mundo con el arte.

Así, entre entusiasmado y medio inconsciente del desafío, llegué al Paso. En el aquel barrio obrero de frigoríficos y de montaje de autos rodeado de cantegriles, la palabra taller remitía más que a música a un curso de reparación de bicicletas.

Que alguien viniera ahora a pedir a los alumnos que trajeran latitas de refresco llenas de arroz o a cortar mangos de madera de escoba para hacer “la clave” de son o de candombe “sonaba” a un chiste de mal gusto.

La resistencia del “personal” de bedelía, introducido en el período opresor que se resistía a morir y el acoso visceral de varios colegas que concebían el espacio educativo con la misma atmósfera que la del mausoleo de Artigas, no me la hicieron nada fácil.

El primer trancazo que recibí fue el comentario de algunos colegas docentes sobre que allí no fuera a “hacer ruido con la música”. Para algunos era una especie de atropello al “sentido común” heredado del modelo pedagógico-militar que reinó por más de una década.

Lo primero que me impresionó fue que había dos clases de docentes: los que amaban a la gurisada y a su profesión y los que odiaban estar ahi y la emprendían con saña con las alumnas y alumnos.

Hubo inmediatamente dos bandos entre los profesores. El grupo que me dio su apoyo, claramente tenía varios colegas que vivían en el barrio . León, el profe de gimnasia se transformó en un aliado incondicional, Julia la profe de biología; Germinel el profe de filosofía, Rubén el de física y Carlos de geografía junto a otros más, me hicieron la situación más llevadera y de a poco logré desarrollar un interesante trabajo con el barrio.

El liceo abrió las puertas a la comunidad y en un año se llenó de música. Mi periplo exitoso por el Liceo de Paso Carrasco en 1988 hizo que me invitaran a dar un taller expresión músical para el barrio en Casa Pueblo, un Centro Cultural barrial recientemente inaugurado con ayuda de los sindicatos suecos. En poco más de un año me había ganado el respeto del barrio y el mote de “Profe”.

La idea de apoyar un espacio barrial de participación cultural luego de la dictadura, me entusiasmó muchísimo. LLené de fotocopias el barrio invitando a niñas y niños a un taller de música los jueves de tarde.

En mis panfletos explicaba lo que era un taller, la importancia de la educación por el arte y la libre expresión. Invitaba a todo el mundo a descubrir el lenguaje de la música pensando que iba a llevar algo bueno al barrio.

Pasaban las semanas y nadie iba al taller. Al parecer la gente no entendía o no quería aquello del taller de música. Un jueves, ya dispuesto a claudicar, bajé la escalera hacia el sótano donde se haría el taller y había dos jovencitos adolescentes esperándome en respetuoso silencio. Uno con un surdo y otro con un redoblante.

Los reconocí inmediatamente como alumnos del Liceo. Eran de aquellos de los que siempre terminan expulsados por problemas de “conducta”.
Mi sorpresa fué mayúscula, me quedé muy contento de que por fin alguien quería hacer el taller.

Cuando les di la bienvenida y empecé a explicar lo que íbamos a trabajar me interrumpieron. Me miraron con cara un poco de vergüenza y me dijeron : – Profe no nos interesa eso del taller de música.
Nosotros lo que queremos es hacer una escola do samba.

Me sorprendí y quedé desconcertado. – ¡Pero yo no sé nada de samba! respondí, buscando convencerlos para llevarlos a mi idea.
-¡No importa profe! Nosotros le enseñamos. Lo que queremos es hacer nuestra propia Escola de Samba.
Aquello me superó totalmente dejándome sin respuestas. Lo único que atiné a decir fue:
– Bueno hagámoslo. Arranquemos la semana próxima.

Al jueves siguiente llegué al sótano de Casa Pueblo y había más de 20 jóvenes del barrio con sus instrumentos. Todos esperándome casi religiosamente. No sabía qué hacer, para dónde agarrar, por donde empezar.

Se me habían quemado todos los papelitos de la pedagogía musical, de la música contemporánea, la música popular, del Tump, de la Facultad de Arquitectura. Estaba allí indefenso frente a un grupo de jóvenes que querían hacer la música de ellos.

– Bueno comencemos.  Agarré un redoblante consciente de mis limitaciones y con un poco de miedo les pregunté cómo se tocaba samba en ese instrumento .
Uno de los más pequeños se paró y me sacó el instrumento de las manos. Nunca olvidaré ese momento. – No profe, antes de tocar, hay que bailar.

Así nació Ipanema, una Escola do Samba en Paso Carrasco, que llegó a tener clases casi con 100 integrantes, transformándose en una herramienta cultural y educativa alucinante.

Y desde ese día entendí cabalmente aquello que siempre que nos decía Coriún en sus cursos de Pedagogía Musical, en el mítico Parque Posadas. “Escuchen siempre a la gente. Confíen en la música”.

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1 Comentario

  1. Que gran trabajo Profe! Un ejemplo de lo importante que es ser catalizador para algo como esto. Por supuesto con los conocimientos para colaborar y aportar y orientar.

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