Otra historia de la Cuaró

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por Roberto “Beto” Araújo

(El copamiento de la Casa de los Olivera,
los Pistoleros con códigos, y el Diario de Michelini )

Me comentaba don Américo Gorgorozo (el Meco),
que todo sucedió el 26 de noviembre de 1962,
un día después que los blancos ganaran por segunda vez
las elecciones nacionales.



En una madrugada que se hizo eterna, pues en los escrutinios primarios los colorados venían sacando una ajustada ventaja, lo que propició que, a eso de la una de la mañana, Luis Batlle se apresurara a enviar un mensaje a la Nación, en su calidad de virtual Presidente electo del Consejo Nacional de Gobierno, y en medio de su alocución, entra una llamada de Fernández Crespo advirtiendo que “el Senador” se estaba apresurando, pues cuando llegaran los votos a caballo (como se solía llamar a los votos del interior profundo), la cosa iba a cambiar, como de hecho cambió.

Pero más allá de la anécdota, que la he escuchado una y mil veces en boca de los blancos, quienes no dejaban de jactarse que aquella noche, cuando los colorados se acostaron como ganadores y se levantaron como perdedores, cosa que le pasó a don Meco, policía de la décima, batllista de alma y corazón, que se tuvo que manyar la leche con farinha del desayuno con el “cueterio” de los blancos festejando su segunda victoria en el siglo.

Y me contaba Meco que, en ese panorama, ya cuando venía rumbo a la seccional donde le tocaba picar guardia, y caminaba angustiantemente por Rodó, al llegar a la esquina de Caraguatá (hoy Fernando Segarra), escuchó un par de estampidos que supuso se trataba de algún blanco amanecido que no dejaba de expresar su alegría por el triunfo.

Y estaba en esas cavilaciones, cuando vio sobre la esquina de Cuaró y Rodó,  a dos descamisados caballeros que corrían pistola en mano y mandando bala rumbo a la parroquia.

Siendo así, les pegó el grito de alto y recibió como respuesta una nutrida descarga de chumbo que, por milagro, no le hicieron la boleta.

Lo que después sucedió hace parte del legajo histórico de un barrio que no deja de sorprender, por la carga de episodios que muchas veces lindan con la leyenda.

casa de la familia Olivera en la Cuaró

Es que los dos pistoleros acosados por la cana que les venía pisando los talones, no tuvieron otra opción que invadir la casa de los Olivera y atrincherarse tomando de rehén a Doña Teresita y sus cinco hijos, entre los que estaban Pompeya la mayorcita y el Negro José, que tenía cuatro años, y que recuerda lo sucedido por lo que ha escuchado de boca de los suyos, pues dormía cuando todo empezó y dormía cuando todo terminó.

Lo cierto, es que la casa fue virtualmente rodeada por efectivos policiales, quienes inmediatamente solicitaron respaldo del Tercero y se vino la milicada de verde con sus carabinas y metralletas y coparon casas y barrancos linderos, en un dramático episodio que duró casi toda la mañana, y que terminó cuando con la presencia del cónsul argentino, se pactó la rendición de los atrincherados, sin tener que lamentar derramamientos de sangre.

Pompeya, que era la mayorcita de todos, vivió de forma dramática todo aquel acontecer, y aun hoy, narra los pormenores de lo sucedido, desde el ingreso de los pistoleros que arrastraron a doña Teresita hasta una ventana donde iniciaron las negociaciones, hasta el momento que, al entregarse, solicitaron al Juez y al Cónsul autorización para dejarles una pequeña parte del botín que traían en sus alforjas, a modo de retribución a la familia por el mal rato que los hicieron pasar.

“Tenían montañas de plata, plata en la alforja que cargaban, plata entre la ropa, plata en el sombrero, plata por todos lados…” cuenta Pompeya sobre el caso.

Hasta ahí resumido todo lo que pasó antes y durante, y que el barrio habló y habla aun como un icono de sus desventuras y aventuras, de cosas que pasan solo en la Cuaró, para orgullo de los riverachiquenses, que podemos no tener plata, pero nos sobra en el erario, una fortuna inconmensurable de episodios que nos hacen diferentes.

Pero claro, que por ahí no se termina la cosa, pues siempre ha quedado en el reino de la duda quienes eran, de donde venían, y que sucedió con ellos después del copamiento de la calle Rodó, y eso es chacra de otro chacrero, pues rascando los archivos de los sucedido, y relato de quienes lo vivieron, hemos podido constatar lo que en verdad pasó y peor aun, lo que pudo haber pasado.

Los pistoleros en cuestión eran nada más y nada menos que Inella, un sanducero legendario en el mundo del hampa, que tenía en su historial el récord de haber asaltado (según se dice), 18 bancos en Uruguay, Argentina, Brasil y Paraguay, y su parcero aún más deslumbrante, no era nadie menos que José María Hidalgo, el temible hampón porteño, que estivaba en el lomo el peso de haber matado a cinco policías, y que se había fugado de Argentina y refugiado en Brasil, donde había asaltado un banco en Santa Victoria do Palmar. Huyendo, había caído en Livramento, donde lograron fugarse del presidio y cruzando la frontera se habían pasado la noche en el Burdel de la Ernestina, frente a la plaza, donde fueron descubiertos por la cana brasileña y se inició el tiroteo que terminó en la casa de los Olivera.

Pero el caso adquiere ribetes de leyenda, cuando se dice que después de aprisionados, llegaron a un acuerdo con el comisario, el cónsul y el Juez, en el sentido de dejarles el botín a cuenta de su libertad, y fue así como, cuando se procedía a ponerlos en el tren con destino al sur, donde deberían ser extraditados para Argentina, lograron evadirse y hacerse humo por casi una década.

Dicen que en la base del acuerdo estaba un refugio seguro por unos días en el burdel de la argentina Buyala en Quintas al Norte, donde se fondearían hasta que la polvareda se disipara y después se marcharían rumbo a vaya saber dónde.

Y al parecer todas las partes cumplieron con lo prometido menos Hidalgo, quien en su breve estadía de un par de semanas en el quilombo de la Argentina, tuvo tiempo para enamorarse de la morena Mirta y sembrarle la semilla de una cría que nació y se crió entre los barrancos arcillosos de la Cuaró, jugó en Frontera como todo riverachiquense que se digne, y acabó haciendo del futbol su gana pan, estando según se dice hoy allá por México, laburando según son mentas, y no se puede decir más, como gerente deportivo de un importante club azteca.

Inella murió en el 72, en una cárcel de La Recoleta, según parece, apuñalado por un compañero de celda que actuó como sicario a cuenta del mandato de un comisario que se la tenía jurada, e Hidalgo por su parte, quien al parecer tenía sus facultades como escribidor de historias y tenía muchas historias que contar, murió en el 75, acribillado por la policía montevideana que lo tomó por sorpresa, que si no la historia sería diferente; pero no sin antes dejar sus memorias estampadas en el vespertino Hechos, dirigido por Zelmar Michelini, su amigo y confesor, con quien logró intimar y cuyas narraciones le sirvieron al diario para salvar su economía, ya que los relatos de Hidalgo le permitieron vender de forma que jamás había vendido, según afirmó el mismísimo Zelmar exiliado en Buenos Aires, el día en que se enteró que su amigo había sido abatido por la policía de la dictadura.

Lo demás se sabe, Zelmar al fin cae en manos de la represión en mayo del 76, y con Zelmar muere parte importante de esta historia que tuvo su mayor expresividad en aquel amanecer del 26 de noviembre de 1962, cuando don Meco, dolido por la derrota electoral de la víspera, se topa con aquellos dos descamisados, que terminaron copando la casa de los Olivera y que, dotados de códigos que los bandidos de hoy adolecen, antes de entregarse, resolvieron repartir parte del botín con la familia que les había servido de escudo.

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2 Comentarios

  1. Muchas gracias !!!!
    Muy buenos cuentos, éste y anteriores, …….que algo tendrán de cuento, pero mucho, seguro, tienen de verdad.
    La coincidencia entre lo que puedan tener de cuento y lo que puedan tener de verdad, se ajusta exactamente a la forma de vida en la Frontera Rivera – Livramento.
    Un abrazo.

  2. Qué emotivo relato, impresionante narrativa que me hizo creer estaba viendo una película y real. No sé si es cierto o un mero cuento ,pero me ha encantado. Felicitaciones al autor ! 👏

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