Piratas verdaderos del Caribe (I)

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por Prof. Mauro Barboza Pereira

“Piratas del Caribe”,
la saga que encabezara Johnny Deep
en el papel del Capitán Jack Sparrow,
trajo nuevamente a la superficie
un tema que tuvo su auge en el cine
allá por los cincuenta
y en la literatura durante el S XIX:
el de los marinos aventureros e inescrupulosos
que asolaron esa zona durante siglos,
y que tuvieron su auge en los siglos XVII y XVIII.

Se llamaron a sí mismos piratas, bucaneros, filibusteros y corsarios, aunque todos fueron más o menos la misma cosa, rapiñeros de los mares. Los primeros de que se tenga noticia fueron ingleses, se les llamó corsarios, pero en realidad fueron ladrones y saqueadores de la peor especie. Aunque en este punto los ingleses salten indignados, eso es lo que fueron Sir Francis Drake, Henry Morgan, John Hawkins y Thomas Cavendish, elevados al rango de “Sir” por sus acciones que enriquecieron a Inglaterra a costa de España. Mientras los españoles colonizaron y saquearon a los nativos en un vasto territorio alrededor del globo en el cual nunca se ponía el sol en palabras de Felipe II, los ingleses aguardaban a la salida de los puertos para atrapar y saquear a los galeones españoles, optando por lo más fácil.

La reina Elizabeth I de Inglaterra apoyó entusiastamente estas actividades y dotó de rangos nobiliarios y tierras a los “patrióticos” corsarios. Es conocido que “Sir” Walter Raleigh, un buen mozo corsario, explorador y escritor fue amante de la reina, quien lo dotó con todo tipo de honores hasta que cometió la osadía de casarse en secreto con una dama de la corte, por lo que cayó en desgracia y hasta estuvo cinco años en prisión por acciones por las que antes era condecorado. ¡Hasta las reinas pueden sentir despecho! Con el tiempo la “profesión de corsario” se fue extendiendo, cualquier país podía entregar patentes de corso a personas y navíos que se dedicaban a asaltar naves enemigas en alta mar. Además de la obvia ganancia económica, lo que se buscaba por parte de las naciones era dañar la rentabilidad del comercio de enemigos. Los beneficios eran casi todos para los corsarios y los armadores, que los hubo no solo de las grandes naciones europeas, sino que fue una práctica extendida a todos los países en conflicto.

Dijimos que piratas, bucaneros, filibusteros y corsarios eran más o menos la misma cosa, aunque con alguna diferencia en su origen. Los”piratas” no tenían ley ni origen, eran forajidos del mar. Cuando se extendió el poderío de la Armada Británica fueron ferozmente perseguidos y barridos de los mares, porque su práctica se volvió muy perjudicial para el comercio. Los “bucaneros” fueron originalmente traficantes de carne ahumada y cueros, antes de dedicarse a la piratería. Los “filibusteros” usaban por lo general navíos de menos calado y se movían en grupos muy cerca de la costa, saqueando cualquier objetivo marítimo o terrestre que se les ponía a tiro. Como decíamos antes, con el tiempo todos se volvieron iguales.

Los corsarios de Artigas

El propio José Artigas en algún momento de su protectorado otorgó patentes de corso, y es conocido que se vio su bandera ondear frente a puertos como Lisboa y Cádiz, en una época de decadencia de las otrora poderosas armadas de España y Portugal.

Este tiempo de piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros, tuvo su momento de auge a caballo de los siglos XVII y XVIII. Incluso ya entrado el siglo XIX había corsarios cursando los mares. Recordemos la mención a los llamados “Corsarios de Artigas”, en épocas del Protectorado de los Pueblos Libres, desde 1815 hasta su retiro al Paraguay, en 1820. A quién le interese este tema puede consultar el libro del Profesor Agustín Beraza, publicado en 1944 por el Centro de Estudios Históricos, Navales y Marítimos, que se puede descargar en Internet, o la Revista Histórica del Uruguay, de 1944, Nos. 43-45, bajo la dirección nada menos que del ilustre Prof. Juan Pivel Devoto. Asimismo recomendamos la novela “La Cacería”, Corsarios de Artigas, obra de nuestro querido amigo, ya desaparecido, el Prof. Alejandro Paternain, con quien solíamos compartir no solo nuestro gusto por la Literatura y la Historia, sino también animadas veladas ajedrecísticas en la vieja sede del Círculo Universitario, en el Palacio Díaz. ¡Y perdón por la digresión, que bien vale la pena!.

Estos actos de piratería encubierta, tenían como motivo dañar las posibilidades de la flota portuguesa, ocupante en aquellos momentos del territorio oriental, reemplazando a España, cuyo poderío en los mares estaba a esta altura, comienzos del Siglo XIX, bastante dañado, sobre todo teniendo en cuenta que venía saliendo de la dominación francesa.

La mítica Isla de la Tortuga

Esta isla fue bautizada con ese nombre por el mismísimo Cristóbal Colón, a comienzos de Siglo XVI. Pero el florecimiento de las colonias españolas en las recién conquistadas tierras fue lo que provocó el fenómeno de la piratería en las costas americanas, y sobre todo en el Caribe. Grandes galeones cargados de riquezas empezaron a surcar los mares con destino a la madre patria y ahí fue donde los aventureros de toda laya vieron su negocio.

Desde un comienzo la piratería estuvo asociada a los intereses económicos y coloniales ingleses y franceses, siempre en conflicto con la poderosa España de los siglos XV al XVII. Una multitud de forajidos, disfrazados muchas veces de “corsarios”, afluyeron como decíamos a América.

Entre ellos destacaremos al famoso pirata Morgan, protegido de la corona inglesa y a “Sir” Francis Drake, quien llegó a asumir el mando de la flota inglesa tras su discutible victoria frente a la Armada Invencible, más probablemente destruida por una gran tormenta frente a las costas de la Gran Bretaña que por los indiscutibles oficios marineros del capitán inglés. La inoportuna tormenta (para los españoles) evitó un gran cambio de dirección histórico, ya que la invasión y conquista de Inglaterra parecía inevitable ante la más poderosa armada de que se tenga noticia. No estamos seguros de que ese cambio histórico hubiera mejorado en algo el futuro del la civilización occidental. Los ingleses crearon un vasto imperio de depredadores que sembró pobreza y atraso, pero no fue mejor el destino de Hispanoamérica, condenada a un atraso permanente por los rígidos anacronismos y la mentalidad aristocrática y soberbia predominante en la cultura española.
Pero volvamos al Siglo XVII. Este fue el siglo de oro de la piratería. Reseñaremos aquí las “hazañas” de aquellos bravíos, bien que inescrupulosos, capitanes de mar.

El Capitán Kidd

Su carrera fue corta, de hecho se extendió durante unos cinco años apenas, entre 1694 y 1699, pero suficientes para cimentar una sólida fama que lo ha sobrevivido largamente. De origen escocés, ya hacia 1690 se destacaba como uno de los capitanes más hábiles y bravíos de barcos de alta mar. En 1694 un grupo de armadores y comerciantes ingleses, interesados en las riquezas que acumulaban los piratas con sus tropelías, le ofrecieron el comando de una nave de gran porte, el Adventure.
Al mando de este barco el Cap. Kidd emprendió un largo viaje, cuyo objetivo era enriquecer a sus armadores y a sí mismo y sus hombres, a costa de naves francesas y españolas. Su viaje de pillería comenzó en América y terminó en las costas de Asia, donde capturó piezas que transportaban incalculables riquezas.
El problema es que Capitán Kidd sólo al principio de su empresa se atuvo a lo acordado con las autoridades británicas, limitarse a atacar naves provenientes de países en conflicto con Inglaterra. Pero antes de un año, la escasez de presas y la presión de sus propios hombres, ávidos de riquezas, lo llevaron a capturar cualquier nave que se le pusiera a tiro.

Es sabido que eso provoca grandes daños al comercio y que en nada favorece a las naciones, así que el capitán Kidd y sus hombres fueron declarados fuera de la ley. Unos cinco años después hubo una amnistía que alcanzó a quienes hubieran delinquido en el mar, siempre y cuando no hubieran llevado a cabo crímenes que hoy serían “de lesa humanidad”.


El Capitán, ávido de disfrutar sus abundantes riquezas en una mansión en la campiña inglesa, y que siempre había tenido fama de hombre caballeroso, aunque ni él ni ningún otro pirata lo fue realmente, decidió entregarse. Apenas estuvo en manos de los ingleses, estos decidieron encarcelarlo, juzgarlo y condenarlo a muerte. El Juicio fue largo, conoció varias apelaciones y recursos pero de nada sirvieron, tanto él como sus hombres más cercanos fueron ejecutados en la horca, decapitados y sus cabezas expuestas durante años en el puerto del Támesis, el río que atraviesa Londres.
El Capitán Kidd fue quien inauguró la idea de que los piratas enterraban sus botines en la costa o en alguna isla desierta, lo que en su caso parece ser cierto, y fue inspiración para célebres textos literarios como la memorable “La Isla del Tesoro” de Robert L. Stevenson y el no menos genial relato de Edgar Allan Poe “El Escarabajo de Oro”.


Barbanegra, El Terrible

Otro pirata cuya fama excedió largamente su vida e incluso sus hechos, fue el temible Edward Teach, más conocido como Barbanegra. Nacido en Bristol, Inglaterra, en 1680, pasó su juventud “trabajando” como corsario en diferentes barcos, entre 1700 y 1714. En 1716 le confirieron el mando de una goleta con el fin de dedicarse a la piratería. Su siniestro accionar fue relativamente breve, se circunscribió a dos años, entre 1716 y 1718, en los cuales se estableció en la isla de Ocrakoke, frente a Carolina del Norte, donde contó con la protección del Gobernador Charles Eden, a cambio de una parte de sus ganancias.

Allí se casó con una jovencita de 16 años, Mary Osmond, la cual le dio una hija, Angélica, de la cual no se sabe mucho, pero que apareció en la saga de Piratas del Caribe, como amante y compañera de a ratos del Cap. Jack Sparrow, encarnada por Penélope Cruz. Grandes fueron los estragos realizados por Barbanegra al comercio marítimo del Caribe en esos dos años, sin respetar procedencia. Naves inglesas, francesas o españolas, todo le daba igual.

En este lapso obtuvo clamorosas capturas, e incluso obligó a retirarse a navíos de guerra. Todo esto motivó que el gobernador de Virginia del Norte convocara al Cap. Robert Maynard y pusiera dos balandras a su mando. Es imposible encontrar el dato de cuántos hombres disponía Maynard, pero parece que eran unos 60 hombres, nada más.
Con el fin de destruir al famoso pirata, Maynard ingresó con sus barcos a un estrecho canal situado en la isla de Ocracoke, donde fue recibido a cañonazos por The Revenge of Queen Anne, la nave insignia de Barbanegra. Este había licenciado a la mayoría de su tripulación, y sólo contaba con unos treinta hombres. La nave de Barbanegra tenía unos cincuenta cañones, pero no tenía casi gente para operarlos, y además venían de una noche de libertinaje y excesos alcohólicos.

El problema para Maynard es que sus balandras no estaban artilladas, por lo que recurrió a una estratagema. Ordenó a parte de sus hombres arrojarse al agua y a la mayoría los escondió bajo cubierta. Cuando Barbanegra percibió que aparentemente no había resistencia dio la orden de abordaje. Sus hombres de lanzaron sobre los barcos atacantes, entonces Maynard dio la orden y todos sus hombres saltaron a cubierta y se enfrentaron a los piratas. Parece que la lucha cuerpo a cuerpo duró un buen rato. En esta lucha el Capitán inglés y el capitán pirata terminaron enfrentados en un duelo a espada, del cual salió triunfante Maynard, aunque parece ser que contó con ayuda, ya que se constataron veinticinco heridas, cinco de ellas de bala, en el cuerpo de Barbanegra, quien fiel a su ley: ni dio ni pidió cuartel!.

Maynard le cortó la cabeza y la colgó del palo mayor de su embarcación, donde permaneció durante muchos días. De los quince sobrevivientes entre los piratas, trece fueron ahorcados poco después.
Pero estos malvados hombres de mar ejercen cierta seducción sobre escritores y gente común, alejados de ese mundo de aventuras soñadas o imaginadas. Y es así que las “hazañas” de Barbanegra han perdurado en la memoria de los territorios que asoló. En Saint John, capital de las Islas Virgenes, existe un museo en una torre que habría sido su apostadero durante algún tiempo. Y en el lugar donde finalmente murió, en la isla de Ocrakoke, cercado por las tropas del intrépido capitán Maynard, se realiza todos los años un simulacro del combate, una especie de “naumaquia” al estilo romano, para conmemorar el episodio.

En la segunda parte: Capitanas de mar

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2 Comentarios

  1. Que interesante tema Mauro!! Y la interacción de estos filibusteros con ciertos gobiernos que los usaron… La historia se repite, hay que estudiar lo que pasó antes!

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