Todas las mañanas de domingo y hasta bien entrada la tarde,
Tristán Narvaja se convierte en un río de vivencias,
que en sus riberas ofrece a los incrédulos navegantes,
las más increíbles opciones de compra o trueque.

Inaugurada en 1909, la feria es una de las típicas postales de Montevideo, comenzó comercializando frutas y verduras, pero rápidamente se diversificó y extendió, hasta convertirse en uno de los paseos más característicos de la capital.

Para montevideanos y turistas, navegarla es casi un ritual, muchas veces sin apuro ni objetivo.

En las últimas décadas se han instalado allí librerías y anticuarios en locales reciclados, además de la más amplia diversidad de objetos y productos, al punto de convertirse en un “mercado de pulgas”, donde puede encontrarse desde una antigüedad valiosa hasta una fruta de estación.

Y como todo río que crece y se desborda, sus lenguas abarcan varias transversales donde un remanso en la corriente permite acercarse y observar con atención.

Un viejo triciclo, la cabeza de Geniol o las botellas de Crush, todos ellos reunidos en un lugar único, cargado de historias.

En ese cambalache del siglo XXI, llamado Feria de Tristán Narvaja, se hace un lugar muy especial el recuerdo, sobre improvisadas mesas expositoras o directamente sobre la calzada.

Objetos que marcaron época en la sociedad montevideana, se exponen cual mejor objeto de moda.

Piden allí permiso los juguetes de hojalata, los envases de refrescos o los equipos en desuso, en un estribillo de memorias rimadas, que evocan un tiempo que ya fue.
FOTOS: Alvaro Mendes













