Carnavales de la Cuaró

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por Roberto Araujo


Atilio nació en Pocitos,
el mismo día que una multitudinaria caravana
se abarrotaba en la rambla
para saludar a los héroes del Maracaná.

Sofía nació en la Gavia,
cuando las arenas cariocas
se encharcaban con las lágrimas bayanas,
por aquella derrota
que los avergonzaría de por siempre.


.


Atilio era hijo de bancarios, de los que hacían de las finanzas su sentido filosófico de existir.
Sofía era hija de profesores, de los que hacían de las aulas su condición y su convicción.
Atilio tocaba la viola y estudiaba economía, cantaba milongas de Zitarrosa y las canciones Chuecas de Viglietti.
Sofía no cantaba nada, pero “curtía” y se extasiaba con los acordes de Vandré, …” Caminhando e cantando seguindo a cançao, somos todos iguais brazos dados ou nao…”

Atilio era hincha de Nacional.
Sofía “torcia pelo Flamengo”.

Atilio tenia su facha, era bien parecido, y tenía su bien ganada fama de galán.
Sofía exhibía ese charme especial deslumbrante de las brasileras, una cabellera caracoleada, y una sonrisa contagiosa.
Sofía era izquierdista partidaria de la lucha armada; Atilio, a pesar de lo que cantaba, no era nada… más bien un alienado de los que tanto se despreciaban por aquel entonces.

Sofía tenía una madrina que vivía en la Cuaró y por eso (y por algo más), vino a pasar un tiempito por acá.
Atilio tenía unos tíos que vivían frente al Cuartel, y porque era moda por aquellos entonces, se vino a disfrutar del carnaval riverense.

Se conocieron en la Cuaró en el carnaval del 70, pocos meses antes que la “verde amarela” conquistara “el tri”… que los envalentonaría por siempre.
Se conocieron, se enamoraron, se amaron y engendraron, en una escapada del baile del miércoles del Rivera Chico, cuando salieron y entraron aventados por el borbollón cuando llegó de visita la corte del Empleado; engendraron amurados en el cerco de transparentes que partía la plaza en dos.
Sofía vino porque la madrina la convidó, y porque por allá la mano venia pesada para los izquierdistas.
Pero cuando descubrió que estaba encinta se volvió a Rio.

No es mucho lo que he sabido de ella después, salvo lo que de tanto en tanto me contaba su madrina, que por esas cosas de la vida también era mi madrina.
Y fue así que supe que Sofía cayó en una redada y parió en el piso frio de un calabozo.
Un capitán amigo de la familia rescató la cría de la mazmorra, y se la entregó a los padres de Sofía, que lo criaron.
A Sofía tiempo después la cambiaron por la libertad de un embajador secuestrado por la ALN y se exilió en Chile; después se fue para Canadá, Francia y Suecia.
Atilio la pasó mal cuando su padre fue vinculado con las maniobras de la Financiera Monti, y perdió el laburo después de ser defenestrado.
El padre de Atilio murió de tristeza poco tiempo después, y su madre se casó con un gerente que la cortejaba desde siempre.
Atilio nunca se morfó ni la culpa del padre, ni la nueva pareja de la madre, y se apartó.
Pero aun así, y con mucho esfuerzo, terminó su carrera de Economía.
No sé bien si Atilio sabía que en el vientre de Sofía se había germinado un fruto de su ser, supongo que si.

Atilio se casó con una escribana, hija de un connotado abogado que tenía su estudio en la Ciudad Vieja, mujer formal, vistosa y fría, ojos opacos, mirada gélida y pestañas largas.
Sofía se casó con un sueco pero eso no duró mucho. Después de la amnistía volvió a Brasil y, quien diría, se casó con el Capitán que había rescatado su crio de las garras de sus captores.
Atilio, a fuerza de la influencia de la familia de su mujer, fue trepando y trepando hasta que la crisis del 2002 lo tumbó, y lo dejó sin plata y muy triste.
Otra vez como su padre, cargó con culpas ajenas.
La escribana que no estaba acostumbrada a consumir el rigor de la pobreza, no tardó en dejarlo con sus resentimientos.

Sofía no tuvo mas hijos.
La escribana tampoco le dio herederos a Atilio, tal vez porque Atilio ya no tenía mucho que heredar.
Atilio se volvió zurdo, y volvió a cantar las milongas de Zitarrosa y las Canciones Chuecas de Viglietti, pero ya con años arriba no se destacaba por el “charme”.
Sofía enviudó cuando el Capitán se aprestaba a recibir el primer salario de su jubilación.
Un día el destino los trajo de nuevo a la frontera.

Los vi el otro día de pasada, Sofia ya no tiene la cabellera caracoleada, pero exhibe aun ese encanto especial de las brasileras, Atilio, pese a que el poco pelo que le resta se le nota encanecido, aun exhibe cierta prestancia.
Estaban tomando un cortado en la cafetería del Shopping, cuando los vi sonrientes, los vi felices.
Ellos no me conocen, pero yo si los conozco y sé muy bien de su historia.

Los estuve observando largo rato.
De repente del fondo del centro comercial, del lado de los juegos, se les acercó un dilecto joven caballero que traía a una pareja de niños de la mano.
La nena con una casaca del bolso, el nene con una farda del flamengo.
Entonces comprendí, entendí, descubrí que la vida, con sus mil recovecos, había escrito su propia historia…

Los vi partir en familia, felices, extasiados, complacidos de haber sido parte de una historia que comenzó cuando Uruguay festejaba y Brasil lloraba y que habían hilvanado una quimera en aquel lejano carnaval, cuando la verde amarela se aprestaba a levantar el trofeo del tri.
Padre, madre , hijo y nietos, tres generaciones separadas por el rigor de un tiempo que no perdonaba y unidos por los caprichos de un destino que parece trepar mas allá de lo entendible, para servir al fin la mesa de la felicidad.

Me quedé pensando, mientras me retumbaba en la memoria las milongas de Zitarroza, las canciones Chuecas de Viglietti y el “Caminhando y cantando, seguindo a cançao, somos todos iguais , brazos dados ou nao…” de Vandré….

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