El cono con sombras

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por Raphael Ficher

En el principio de un día soleado,
Julián encendió una vela encantada.
Una vela que había sido tocada por la mano del diablo.

 

Al encenderla, notó que su llama se opacaba, hasta formar lo que parecía una larga gota de vino tinto suspendida en el aire mantenida por un racimo negro y quemado.

El día estaba hermoso y desbordante de sol. Sin sorpresa, Julián vio como la vela oscurecía en vez de alumbrar, como suelen hacerlo todas las velas.

Al acercarla a una flor, notó que los pétalos de la misma se hacían grises con tonalidades amarronadas. La flor no se moría, simplemente se oscurecía.

Por donde la vela pasaba, iba generando un cono de sombra que dejaba todo oscuro, como una noche desmigaja un poquito el día.

De lejos se podía ver al muchacho. Un escuálido hombre, envuelto en un entramado de penumbras que se venía acercando como la mano abierta de un esclavo. Derramando sombras por la alfombra blanca del campo, chorreando oscuridad por los caminos y haciendo sonar los umbrales por entre los corazones románticos.

Raro era pensar que la vela, no se apagaba nunca. Que Julián siempre la tenía encendida en su platito de bronce.

El cebo nunca se derretía, y ni el viento del norte podía con su negrura.

Cuentan ciertas leyendas, que todavía se mantiene con su oscuridad en los templos perdidos del sol y que Julián trató de apagarla hasta el último día de su vida, sabiendo que si lo conseguía, renacería la porción de luz que él le había robado al mundo.

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