por Mauro Barboza
I. Abu Simbel
Egipto espera a los visitantes con su extraordinaria historia,
una historia que atrae como muy pocas al visitante occidental.
¿Cuál es la atracción de esta cultura
que para occidente es mucho menos importante
que la civilización sumeria, o hitita, o fenicia?
Dejamos fuera a las culturas griega y romana,
porque su influencia llega a nuestros días,
de hecho somos la continuidad de esas civilizaciones.
Pero Egipto ocupa un lugar muy importante
en nuestras representaciones culturales y en nuestra imaginación.
En cambio: ¿quién que no esté especializado en esos temas
sabe quiénes fueron los sumerios,
que crearon las ciudades, la escritura, la agricultura organizada,
los primeros sistemas de leyes y las formas de gobierno más antiguas?
¿Cuántas personas han oído hablar de los hititas,
que trajeron a occidente la caballería, la rueda, el hierro,
las ciudades esculpidas en la roca y tantas otras maravillas?
¿O de los fenicios,
que nos legaron nada menos que el comercio y la navegación?

bajo el cual el Imperio Egipcio alcanzó su esplendor, a fines del II milenio A.C.
Pero si nos referimos al Egipto todo el mundo ha oído hablar de los Faraones, de las Pirámides, de las Momias, de sus dioses bimorfos (parte animales, parte humanos), de la Esfinge, de los jeroglíficos, del desierto, de los nómadas, de los camelleros, de nombres antiguos como Ramsés y Moisés, Nefertiti y Cleopatra, entre otros, de antiguos tesoros sepultados bajo la arena. Es la fascinación que provoca un mundo fantástico, una extraña seducción que nos toca de inmediato cuando llegamos a Egipto. Trataré de hacer una mínima referencia a la enorme historia conservada en la roca del desierto que aprecié en este país.

Entramos a Egipto por lo más moderno quizás, Asuán, donde nos impactó la enorme represa, obviamente. Heródoto dijo una vez: “Egipto es un don del Nilo”. La gran represa permitió domesticar y racionalizar las avenidas del Nilo, transformando las márgenes de este gran río en tierra cultivable durante todo el año y vergeles dónde triunfan las palmeras, elevándose majestuosas a lo largo de todo su curso. Era la noche previa al comienzo del Ramadán, durante el cual todo musulmán debe guardar ayuno durante las horas del día. Por ese motivo todo el mundo parecía estar reunido en los cafés y bares diseminados por la ciudad. El motivo es que todos estaban aprovechando las últimas horas para celebrar y consumir cuánto pudieran, en espera de un largo día sin probar bocado ni trago alguno. En esas horas de ayuno los creyentes no pueden consumir ni agua siquiera, algo de lo que están eximidos los niños pequeños, los enfermos y los más viejos. Recuerdo haber discutido amistosamente con nuestro guía a quién le argumenté que con un clima como el que tienen es altamente perjudicial no consumir al menos agua, que eso podría provocar deshidratación y daños renales importantes. Pero para este hombre, un amigable joven llamado Tael, no era una cuestión biológica, sino una cuestión de fe.

Monumento funerario, al igual que el Taj Majal en la India, dedicado a su esposa bien amada.
Tael hablaba perfectamente el español, había ido a la universidad a estudiar para guía turístico en español, otros guías se prepararon para dialogar con extranjeros que hablaban inglés, francés, chino. Es una especialidad, cada uno en la suya; Tael por ejemplo no hablaba una palabra en inglés. Trataba pacientemente de instruirnos en los principios del Islam, ya que tenía la idea, posiblemente justificada, que teníamos muchos prejuicios respecto a su religión. Seguramente esto también se lo enseñaban en la universidad, a tener mucha paciencia e instruir en lo posible a los infieles, fuente de los principales ingresos de Egipto, además de las cosechas de las tierras del Nilo, obviamente.

Nuestra llegada a Asuán tenía un doble motivo, por un lado, conocer la represa que cambió para siempre la vida de Egipto, permitiéndole tener varias cosechas al año. Por otro, está muy cerca de la maravilla histórica y cultural que son los templos de Abu Simbel. Estos templos, en realidad sendos panteones monumentales, consagrados al Faraón Ramsés II y a su esposa Nefertari hubieran quedado inexorablemente bajo las aguas de la represa. Así se perdieron varios monumentos, pero los de Abu Simbel eran demasiado majestuosos para dejarlo ir simplemente. Hubo una gran campaña internacional para recaudar los fondos necesarios, y finalmente una empresa sueca se encargó de rescatar los templos, una asombrosa tarea que incluyó cortar los enormes bloques de varias toneladas cada uno y transportarlos y armarlos en un lugar más alto, fuera del alcance de las aguas. Y créanme que valió largamente la pena.

En ningún otro lugar me sentí tan cerca de la eternidad, ni ante la Esfinge ni ante las Pirámides siquiera. Ramsés y Nefertari, su amada esposa, una de tantas, pero que fue escogida por él para acompañarlo al más allá…



















Desde el hallazgo de la «piedra de roseta» y el posterior descifrado de sus jeroglíficos, Egipto ha sido noticia mundial. Pareceria ser la vedette de la antiguedad y, sin pecar de escéptico, creo que sus mayores secretos están ocultos bajo la arena acumulada por milenios esperando salir a la luz. Personalmente me fascinan los Sumerios y Acadios, cuna de la civilización, donde la «epopeya de Gilgamesh» (documento escrito muuuuy anterior a la historia del antiguo testamento), es una fuente de información extraordinaria. Con sus «semihumanos» los anunakis y todo lo que significó su expansión cultural llegando inclusive a civilizaciones en Sudamérica. Opino que este último tema seria muy bueno exponerlo. Un abrazo y felicitaciones!!
Excelente descripción de la inmortalidad del amor….