por Prof. Mauro Barboza Pereira
El mundo grecolatino
La costa del Asia Menor, la actual Turquía,
fue otrora un mundo riquísimo en cultura y desarrollo de una sociedad greco latina
tan o más rica que la de sus propias metrópolis.
En las antiguas ciudades griegas de Éfeso, Esmirna, Mileto, Pérgamo
y en las islas cercanas, Rodas, Lesbos, Samos, Patmos,
se inicia hace unos 2.500 años la gran historia del pensamiento humano,
sobre todo en lo que tiene que ver con las ciencias,
tanto las exactas como las llamadas humanas.
Aquí florecieron la astronomía, la física, la matemática, la filosofía, la medicina,
aún antes de que los hombres tuvieran instrumentos para investigar
y probar con certeza sus especulaciones.
Es la gran aventura del pensamiento.
Aquí nacieron Tales, Anaxárogas, Heráclito, Epicuro, Aristarco, Pitágoras, Protágoras, Empédocles, Asclepio, el padre de la medicina, el gran historiador Heródoto y el mismísimo Homero, si damos su existencia por cierta, ya que Heródoto afirma que su verdadero nombre era Melesígenes de Esmirna. Con sólo mencionar esos nombres queda clara la gran influencia que esta región tuvo en el origen de la cultura occidental, y que se mantuvo durante el período inicial del cristianismo, que se desarrolló originalmente en esta zona del mundo. Aquí predicaron y comenzaron su tarea evangelizadora San Pablo, San Juan, San Lucas, San Tiago y otros padres de la Iglesia. Y no olvidemos un sustrato aún más antiguo, el de la civilización hitita, de raza aria, creadores de la rueda, la escritura, descubridores del hierro y la equitación, y que por la misma época tenía lugar la gran epopeya de la mítica ciudad de Troya, narrada por Homero en La Ilíada y la Odisea. Cómo no sentirme entusiasmado con la visita de esta zona, donde existió un pueblo, o varios pueblos, responsables en gran parte de lo que soy, de lo que somos todos. Ese periplo por el antiguo mundo griego-latino-cristiano comenzó en Rodas, que ya mencioné en un artículo anterior, prosiguió en la Capadocia, nombre romano de la Anatolia central, pasó por Éfeso, Hierópolis, Pérgamo y culminó en el sitio arqueológico de Troya.

Éfeso fue una ciudad griega, luego romana, con una fuerte presencia cristiana, y que no sobrevivió a su propia y gloriosa ancianidad. Fundada por colonos jonios (griegos) allá por el 1000 AC, fue centro de infinitas disputas territoriales y pasó por diferentes manos: jonios, atenienses, espartanos, persas, los macedonios de Alejandro Magno, romanos, godos, árabes y finalmente turcos otomanos, hasta nuestros días, aunque cuando llegaron los árabes, allá por siglo VII d.C., poco quedaba de su antigua gloria, era prácticamente una ciudad fantasma. Su decadencia fue provocada por las sucesivas guerras y conflictos, pero también por la desaparición de su puerto, causada por calamidades naturales. Para muchos fue la mayor ciudad asiática de su tiempo. Durante su período de esplendor, que duró varios siglos, llegó a contar con un cuarto millón de habitantes. Fue centro de irradiación cultural para los griegos, romanos y cristianos. En ella estuvo el famoso templo de Artemisa, también el palacio de Adriano y la biblioteca del Emperador Romano Celso, que hoy día, reconstruida, es quizás el mayor atractivo turístico.
Su espléndida fachada de la biblioteca de Éfeso, o del Emperador Celso. Cuando Marco Antonio pasó por aquí, camino al Egipto (S.I ac), se llevó varios miles de rollos que se salvaron de un incendio y se los regaló a Cleopatra, Ah que tiempos aquellos en que los enamorados regalaban libros a sus amadas ! Su destino final fue la Biblioteca de Alejandría, destruida como ya dijimos por los primitivos cristianos y los árabes.

También fueron encontradas ruinas del Templo de Artemisa, una de las siete maravillas del mundo antiguo y además un anfiteatro con capacidad para unos diez mil espectadores que se encuentra muy bien conservado
Algunas curiosidades: la tradición atribuye la destrucción del templo de Artemisa a un hombre deseoso de gloria. En realidad el famoso templo fue parcialmente destruido por los godos durante su invasión del siglo IV d.C., y los cristianos primitivos, guiados por monjes fanáticos e ignorantes demolieron lo que quedaba, algo que no es de extrañar, porque como todos sabrán, lo mismo hicieron con la Acrópolis de Atenas y la Biblioteca de Alejandría… ¡No puede haber nada más destructivo en el mundo que un fanático religioso, sea de la religión que sea!
En esta ciudad nació el gran Heráclito, uno de los más ilustres pensadores que ha dado la humanidad. Aquí vivieron también San Pablo y San Juan, y según la tradición cristiana residió sus últimos años la Virgen María, entre el 33 d.C., año de la muerte de Jesús, y el 42 año de su propia muerte. Según una tradición oral que propagó entre los primeros cristianos, María llegó a Éfeso con Juan, a quien Jesús le encargó que cuidara de su madre ante la inminencia de su desaparición física. Incluso se conserva una antigua casona de piedra, localizada por visiones de santos, donde habría residido. Esa casa es una de las mayores atracciones de Éfeso, sobre todo para los cristianos, pero también para hombres y mujeres de otras culturas y religiones. ¡El que tiene fe, creerá!

De Éfeso nos dirigimos a Hierápolis, donde encontramos las ruinas de un gran ciudad romana, aunque la parte de las murallas y el anfiteatro se encontraban muy bien conservados.
De hecho en cada ciudad romana se encuentra un circo o un anfiteatro, fieles a la vieja consigna, “pan y circo”.
Y a unos pocos kmts de allí Pamukkale, que significa textualmente “cascadas blancas”. Se trata de varias terrazas cubiertas de aguas blancas, producto de emanaciones calcáreas, que van deslizándose lentamente desde las más altas hacia las terrazas más bajas. Un hermoso espectáculo. Y hay que ir preparados para quitarse los zapatos y las medias e introducir los pies en esas aguas cálidas y según aseguran, de efecto bienhechor.

Y luego Troya, a unos pocos cientos de quilómetros, o más bien el sitio arqueológico de Troya, porque si recordamos su destrucción inicial realizada por los aqueos de Aquiles y Agamenón a resultas del rapto de Helena, y luego varios siglos de terremotos, saqueos arqueológicos y excavaciones irresponsables, muy poco podía quedar de aquella formidable ciudad descripta por Homero, que resistió gallardamente diez años de sitio de un poderoso ejército. Seguramente la ciudad no tenía ni remotamente el esplendor que nos contó Homero, ni el que le han atribuido sucesivas producciones cinematográficas. Una ciudad situada en el camino de la expansión griega en el Asia Menor, que por esos misterios de la proto historia quedó en el recuerdo de sus vencedores, los aqueos, en base a una serie de hermosas leyendas que configuran por lejos el mayor registro mítico de la antigüedad heroica.
¿Vivieron en ese lugar Paris Alejandro, Helena, Héctor y Eneas, este último el legendario antepasado de la estirpe que fundó la ciudad de Roma? ¿Combatieron frente a sus murallas y finalmente las destruyeron Aquiles, Ulises, Ayax y el rey Agamenón entre otros magníficos guerreros? Imposible elucidarlo hoy en día, pero la saga mítica a la que pertenecen es eterna. De la Troya original, del 1100 a.C. aproximadamente se conservan algunos muros de piedra semiderruidos y poco más. Existen en el lugar murallas, anfiteatros, pozos de agua, torres, pero pertenecen a otras ciudades, de otros tiempos. Recordemos que hay siete ciudades superpuestas, quizás alguna más, y sólo es posible identificarlas por la época.

Una curiosidad: un gigantesco Caballo de Troya, de madera como el original, desde el cual es posible sacar y sacarse fotos, como la que ilustra la nota. Es obvia la superchería. El original tenía la finalidad de esconder una veintena de guerreros ocultos en su vientre, que al mando de Ulises, el Astuto, salieron de noche, se deshicieron de los guardas y abrieron las puertas al ingreso de los soldados griegos, que saquearon e incendiaron la ciudad. Me imagino a este caballo ingresando a la ciudad mientras los griegos saludaban desde las ventanillas y gritaban; “¡Hola, hola, venimos a conquistaros!”. Para turistas cholulos, como yo.
Y luego de Éfeso, Hierópolis y Troya el regreso a Estambul, punto de inicio y llegada del viaje. En esta gigantesca ciudad es posible observar inmensos muros y torres medievales, pertenecientes todavía al período del Imperio Romano de Oriente, último baluarte romano, antes de su definitivo ocaso. Fue el fin de nuestro periplo por Turquía, un país laico y seguramente el más tolerante de todo el Cercano Oriente Islámico, y por cierto un centro turístico de gran presente y futuro.

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HICE TODO LO MISMO QUE TU, EN 2019, PERO EL GLOBO FUE A LA INVERSA, NO SALIMOS EN EGIPTO Y SI LO HICIMOS EN CAPADOCCIA.- ESTUVE 3 VECES EN ESTAMBUL Y CONSIDERO QUE ES UNA DE LAS CIUDADES MAS FASCINANTES QUE HE VISITADO.- GRACIAS POR TUS ARTICULOS.- JORGE LLANO